sabato 11 Ottobre 2025

Aspira siempre a lo mejor, nunca a lo peor

Porque si contrapones lo que tienes con lo peor, siempre tendrás que mentirte a ti mismo para demostrar tu punto

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Nos exaltamos discutiendo modelos políticos y sociales que, en realidad, carecen de sentido.
Y lo hacen por dos razones fundamentales.
La primera es que aún no hemos (re)construido un modelo político acorde con la época de transformaciones vertiginosas que vivimos.
La segunda es que todos los modelos existentes en nuestras sociedades en evolución están envejecidos y en proceso de degradación.
Por eso, quienes se ciegan y se ilusionan con cambiar el mundo sin esfuerzo solo pueden aferrarse a fantasías utópicas: modelos exóticos, mal entendidos, que prometen una salida, pero no ofrecen soluciones reales.

Sobre la decadencia

En su Politeía (La República), Platón advertía que la monarquía degenera en tiranía, la aristocracia en oligarquía y la democracia en demagogia.
Todo ello ha ocurrido. Y como también señalaba el filósofo, la demagogia conduce inevitablemente a la tiranía.
Así, hoy nos encontramos con autócratas burdos y grotescos —Trump, Putin, Maduro, Kim Jong-un, Jameneí— que son, en esencia, tiranos.
La aristocracia ha perdido todo significado.
La democracia —que ya albergaba en sí una semilla tiránica, atenuada por el espíritu liberal— se ha vuelto cada vez más demagógica, tanto en las élites como, sobre todo, en las bases.
La llamada oposición contemporánea —desde los populismos soberanistas hasta movimientos como el Cinco Estrellas— encarna una demagogia en estado puro, fascinada por la tiranía y mal disfrazada bajo el mito del “hombre fuerte”, que en realidad no existe.

Aristóteles, en su Política, sostenía que el mejor sistema es el mixto, que combina la autoridad del líder, la sabiduría de una élite y la participación del pueblo.
Todas las experiencias históricas exitosas que superaron el ámbito local o regional se construyeron sobre esta base.

Por ello, la única salida realista es concebir e instaurar nuevamente un sistema mixto, adaptado a un mundo tecnológicamente avanzado y demográficamente amenazado, capaz de articularse en grandes espacios.
En vez de oponer torpes imitaciones extranjeras al sistema en el que vivimos, debemos asumir la responsabilidad de nuestras vidas y dejar de lamentarnos.

En cuanto a las supuestas alternativas a Occidente —un término demasiado amplio y ambiguo como para ser descartado a la ligera—, ha llegado el momento de dejar de ensalzar las pretendidas virtudes de sistemas atrasados y vergonzosos, que son infinitamente peores en todos los aspectos, sin excepción.

La psicología estupida de las masas nunca cambia

La oposición al sistema —a menudo cómoda y ruidosa— generó más comunistas en Occidente que en los propios países comunistas, donde sus ciudadanos sufrían el sistema en carne viva.
Basta recordar que en Berlín fueron los comunistas quienes tuvieron que levantar un muro para frenar el éxodo: más de dos millones de personas huyeron hacia el Oeste en quince años, frente a menos de diez mil que hicieron el camino inverso, y solo cuando el sistema oriental aún estaba en construcción.

Nosotros, en nuestro afán de filosofar, concluimos que el sistema occidental, liberal, estadounidense —o como se le quiera llamar— era peor por ser más sofisticado, más insidioso.
Pero eso no es más que un sofisma.
El lenguaje de lo elemental es siempre más inteligente que nuestras contorsiones mentales.
Y basta con observar una evidencia: la huida fue siempre hacia Occidente, y fue el comunismo el que colapsó desde dentro —implosionó, no lo olvidemos.

Sin embargo, las masas siguen siendo crédulas y orgullosas de su autoengaño.
Así, en 1967, en Berlín Occidental, se celebró una manifestación estudiantil contra el supuesto “Estado policial” de Alemania Occidental, desfilando ante la mirada divertida de los policías comunistas armados que los observaban desde el otro lado del muro, donde estaban listos veintecuatro horas al día para disparar contra quienes intentasen escapar hacia el Oeste.

Poco ha cambiado


Hoy, los ingenuos exaltan los modelos brutales y fracasados del presunto “frente multipolar” como alternativa al sistema en el que vivimos, en vez de esforzarse por construir uno nuevo —y hacerlo sin traicionar a su propio país ni servir a sus enemigos.

Hay que mejorar, no empeorar; construir, no sabotear.
Que el sistema occidental sea, con razón, percibido como mejor que las utopías airadas, no lo convierte automáticamente en un buen sistema.
Conocemos bien sus distorsiones existenciales, sus mecanismos de hipnosis y condicionamiento, sus estructuras oligárquicas de fondo, sus hipocresías, su egoísmo, su censura, sus imposiciones jurídicas y su impulso constante a desintegrar la identidad personal y reconfigurar la naturaleza humana.
Sabemos perfectamente que, en el fondo, se sostiene sobre los mismos horrores que los llamados sistemas “multipolares”; pero lo hace de una manera más habitable, en gran parte porque, en términos de inteligencia y cultura, les supera con claridad.

Como decíamos, hay que aprender de lo elemental


En los años treinta existía una especie de proyecto Erasmus anticipado que organizaba intercambios veraniegos entre jóvenes británicos y alemanes.
Los británicos se vieron obligados a cancelarlo porque sus jóvenes regresaban fascinados por el modelo alemán, mientras que a los alemanes no les ocurría lo mismo con Inglaterra.

Ese es el punto: en lugar de perseguir los monstruos del capitalismo fallido o de los carceleros crónicos del mundo, construyamos, concibamos, o al menos soñemos un modelo que verdaderamente supere al que tenemos.

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