En enero comenzará el segundo mandato de Trump, después de que el expresidente de 2017-2020 haya sido nuevamente elegido por amplia mayoría. Cabe destacar que en ambas ocasiones tuvo como rival a una candidata mujer. En un país donde existe un feminismo agresivo, también hay una profunda misoginia, tanto que hasta ahora las únicas mujeres destacadas han sido esposas de alguien (Clinton, Obama). Perder parecía realmente imposible.
Lo que nos espera
Es difícil decir qué tipo de Trump estará al mando del país. Las alianzas que lo llevaron a la elección y los abundantes fondos que la hicieron posible no son exactamente los mismos de hace ocho años, y algunas de sus posiciones han cambiado drásticamente. Por ejemplo, Trump ha pasado de oponerse al Cryptodólar a comprometerse a hacer de Estados Unidos la “capital mundial de las criptomonedas”. Y este es solo un ejemplo.
Las tonterías que se escuchan, como “disolverá la OTAN”, “salvará al mundo de la guerra mundial”, “liberará al planeta de los estados profundos” o “enterrará el woke”, son bromas. Pero para muchos parece imposible madurar. Y, además, no basta con madurar: también sería necesario adquirir la capacidad de observar y analizar en lugar de apoyar a tal o cual personaje de una potencia extranjera.
Descubriremos en unos meses cuáles serán las consecuencias de las decisiones financieras, industriales, políticas y militares de Trump. Veremos cómo la nueva administración se posicionará frente a China y hasta qué punto intensificará la presión sobre nosotros, los europeos. Un escenario muy probable, al que, en teoría, podríamos reaccionar de forma constructiva, pero quién sabe.
Los secretos de su victoria
Sin embargo, ya hoy podemos analizar el éxito de la coalición trumpista. Evitemos hacer reír con frases como “el pueblo contra la élite” (Silicon Valley, OpenAI y el USDC, es decir, los centros del dólar digital, apoyaron a Trump junto al magnate Elon Musk). Dejemos de confundir a un promotor inmobiliario como Trump, antiguo simpatizante de los Clinton y además financiador de los estudios de Harris, con un Robin Hood. Debemos examinar fríamente las razones de este éxito, independientemente de nuestra opinión sobre el personaje (la mía es nula después de la forma vergonzosa en la que abandonó a quienes murieron o terminaron en prisión por él en el Capitolio, tras haberlos incitado).
Lo que destaca es la lección que una vez más nos da la potencia dominante (que nuestros tontos nacionales califican de declinante). La fórmula ganadora –probablemente en gran parte obra de Elon Musk– ha sido la síntesis entre conservadurismo y progresismo avanzado. Lo que mantuvo la cohesión de la coalición fueron, por un lado, los llamados moralistas reaccionarios, en gran medida protestantes y del Antiguo Testamento, que alcanzaron niveles inquietantes en torno a la agenda del Proyecto 2025, y, por otro lado, los impulsos casi transhumanistas de la nueva tecnología y las finanzas, que se regeneran en el no-lugar y no-tiempo de la red y los satélites.
Estamos vergonzosamente atrasados
En la “potencia en declive” (¡sic!), han logrado realizar esa síntesis entre rechazo populista, obtusidad reaccionaria y el impulso hacia la transformación tecnológica y existencial. Y eso es exactamente lo que nos falta aquí en Europa, donde, afortunadamente, las llamadas a los valores no pueden ser los repulsivos del Antiguo Testamento que predominan en Estados Unidos. La llamada a los valores aquí debe ser algo totalmente distinto, pero debe estar vinculado, y no enfrentado, a una tentación prometeica ultramodernista.
La lección que debemos sacar del éxito del gran capital y del imperialismo renovado, que se apoyan en un megalómano casi octogenario, contando con mentes brillantes como la de Musk, es que han logrado —por supuesto, a la americana— esa síntesis que Guillaume Faye llamaba “archeofuturismo”. Nosotros debemos crear nuestra propia versión, ya que estamos acumulando un enorme retraso.
Para evitar malentendidos: no se trata de seguir esa senda ni de alinearnos con Trump y compañía, porque admirar lo que debe admirarse técnicamente (y subrayo técnicamente) en aquellos que nos dominan no significa simpatizar con ellos. ¡En absoluto!