sabato 14 Giugno 2025

La Némesis de Saddam

¿Cómo debemos interpretar el conflicto abierto entre dos regímenes sinverguenza no muy lejos de nuestro territorio y cómo podemos esperar que se posicione nuestro país?

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Israel ha bombardeado Irán

Al final, la posición personal de cada uno importa poco. Sin embargo, es necesario establecer desde qué perspectiva deseamos abordar este hecho: si desde una dimensión emocional, ideológica, prejuiciosa o mediante un análisis racional orientado al futuro.

No pretendo imponer mis sentimientos ni aspiro a que sean compartidos. Pero no oculto que no lamento lo sucedido.


Irán es responsable de muchos hechos que rara vez se le reprochan. Ha contribuido, en primer lugar, a erosionar la causa nacionalista árabe, transformándola —de forma pionera— en un proyecto religioso e internacionalista.
Particularmente, ha desempeñado un papel clave en la destrucción de Irak y en el surgimiento del islamismo en Palestina, que acabó actuando en contra de la propia causa palestina. Incluso el salafismo, como expresión del fundamentalismo y el terrorismo suní, puede considerarse una reacción directa al internacionalismo chií promovido por Teherán.

La “causa chiita”, primera en desnacionalizar el proyecto árabe, recuerda inquietantemente al paneslavismo zarista y estalinista: convertir a supuestos pueblos hermanos en carne de cañón para intereses geopolíticos propios.

Ahora bien, incluso dentro de su lógica imperial, Irán ha desempeñado en ocasiones un papel no del todo negativo, como en Siria o en Líbano. Pero eso puede decirse de cualquier potencia: en ciertas circunstancias, incluso los actores más agresivos pueden actuar como estabilizadores. Le ha sucedido incluso al Reino Unido o a Rusia.

Desde 1979 hasta la caída del régimen iraquí, las relaciones entre los ayatolás e Israel fueron de una complicidad estructural: los objetivos estratégicos iraníes favorecían la causa israelí.
Sabemos que Israel armó a Irán en su guerra contra Sadam Husein, y que durante años Irán fue uno de sus principales proveedores de petróleo, a través de triangulaciones con Holanda.
Las declaraciones incendiarias entre ambos países eran, en gran parte, necesarias representaciones para sus respectivas opiniones públicas.

Cuando Sadam fue ejecutado, deseé que la Némesis tomara la forma de una venganza involuntaria, perpetrada precisamente por el enemigo al que Bagdad había combatido y Teherán había servido.
Así interpreto el ataque de ayer: como una forma de Némesis para Sadam, a través de un conflicto sangriento entre sus dos enemigos más feroces.

Tampoco pronuncié palabra cuando fue asesinado Qasem Soleimani en Irak. Lo consideré —y sigo considerándolo— un ajuste de cuentas entre potencias imperialistas.

Pero más allá de los sentimientos, está la dimensión material

¿Cómo debe interpretarse la acción de Israel en estos dos últimos años, con Gaza, Cisjordania, Líbano e Irán constantemente en su punto de mira?

Como he señalado en otras ocasiones, se inscribe en la consolidación de un bloque económico y energético israelí-árabe de gran solidez.
Las relaciones normalizadas con la gran mayoría de los países árabes, y el nuevo papel de Israel como exportador energético con capacidad para influir en su entorno regional, unido a importantes crisis internas, han impulsado a Tel Aviv a aprovechar la incertidumbre global para ampliar su margen de acción y trazar progresivamente el mapa de un “Gran Israel”.

Los equilibrios anteriores han cambiado, al menos en escala.
Con el respaldo de casi todas las dirigencias árabes, y sabiendo jugar con la rivalidad entre India y China en sus políticas exteriores, Israel ha profundizado su distanciamiento de la Unión Europea y ha desequilibrado su relación con Estados Unidos, mientras aprovecha de una ambigua cercanía con Rusia en el contexto de la guerra en Ucrania.

Las primeras reacciones diplomáticas son reveladoras:
Estados Unidos se apresuró a subrayar que no participó en el ataque; Rusia se limitó a advertir sobre el riesgo de una escalada —un mensaje implícito para que Irán no responda—; China expresó una posición similar, criticando el bombardeo sin mayores consecuencias.
India y Japón se mostraron prudentes, centrándose en la protección de sus ciudadanos.

La Unión Europea, a través del Ministerio de Exteriores italiano, condenó el ataque como “una iniciativa unilateral que pone en peligro los esfuerzos de estabilización y diplomacia”. El Alto Representante de la UE instó a “detener la escalada y retomar el diálogo, señalando que la acción israelí socava las iniciativas diplomáticas existentes”.

¿Existe una posibilidad real de escalada?


Sí, sin duda. Pero es poco probable que alcance dimensiones catastróficas.
La polarización actual vive más en los discursos de cancillerías en apuros y en la imaginación apocalíptica de sectores radicales envejecidos, que se resisten a dejar este mundo sin la fantasía de una gran catástrofe. Eso sí, breve, porque aún desean contemplarla.

En cambio, existen buenas probabilidades de un reposicionamiento global.
Entre ellas, el avance de la macroregionalización liderada por Israel, que podría debilitar, o incluso romper, sus tradicionales vínculos con Occidente.
Esta guerra de Medio Oriente también podría fomentar una dinámica de multialineamiento global, permitiendo una expansión de la influencia europea, cada vez más diferenciada de la estadounidense y más cercana a otros actores no occidentales.
Al mismo tiempo, sugere la oposición al imperialismo israelí en determinados sectores regionales.

Y luego está el “derbi ideológico”


Cada quien es libre de preferir una teocracia pura o un híbrido teocrático-laico, y de proyectar sus anhelos sobre uno u otro modelo.
Algunos invocan incluso la composición étnica iraní, 61 % persa, pero 88 % musulmana, junto a teorias geopoliticas.
La cuestión étnica no es menor. Pero si se absolutiza, ya no se podría criticar a Estados Unidos por Hiroshima o Nagasaki.

En efecto, aunque el componente étnico importa, pero cuesta imaginar que una conciencia indoeuropea deba expresarse a través de un sistema teocrático, dogmático y represivo, repleto de prohibiciones y obligaciones de costumbre de vida, como el instaurado en Teherán.
El sistema psicorrígido iraní es profundamente ajeno a nuestra concepción del mundo.

Mi deseo es que colapse, al igual que el régimen mafioso de Rusia.
Porque solo bajo esas condiciones básicas estos países podrían reincorporarse a una arquitectura internacional más amplia y cooperativa, capaz de contrarrestar —o al menos equilibrar— el poder desmedido que hoy ejercen en pocos.


Hasta ahora, con todos sus discursos y pretensiones, las dirigencias iraníes y rusas no han hecho más que reforzar ese poder.
Y es que, bajo las lógicas que las guían, no habrían podido actuar de otro modo.

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