La ola

No es la que temen pero tienen razón en temerla

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Tiemblan, se estremecen, hablan de la “peste parda” y de las “horas oscuras de un triste pasado que vuelve”. Ya en sí es bellísimo, para todo lo demás está Mastercard.*
La ola negra (o parda, como se prefiera) no es sin embargo la que temen los sacerdotes eunucos de la diosa antifa; es simplemente, como bien ha entendido el profesor de la Luiss Giovanni Orsina, la demanda de realismo, de regreso a lo político, en rechazo de las abstracciones ideológicas y dogmáticas encarnadas por una clase dirigente que desde hace mucho tiempo ya no tiene el pulso de la realidad. Y que, precisamente arrasada por la realidad, llama a la defensa de los “valores sagrados” para contener el rechazo colectivo que compromete sus carreras y su notoriedad.

Por el momento, la ola que se ha levantado en Europa no está dirigida, no es comprendida, no es mediada, no está encaminada hacia la síntesis que es indispensable, entre poderes reales, intereses comunes, innovaciones y sentimientos populares. Una síntesis que se hará pero que aún no existe.
Por ahora, el voto es el de la solicitud de reapropiación de un papel de todos en las decisiones de la vida común. Luego se articula en una serie de pulsiones adolescentes, en muchas pretensiones absurdas, irrealistas, que asocian irracionalmente opuestos como la demanda de desgravación fiscal y el asistencialismo, el rechazo de la inmigración y la demanda de reactivación del industrialismo.
En Italia, en España, en Portugal, en Rumanía, en Francia, en Alemania, en Grecia, en definitiva, estas protestas no tienen mucho en común entre sí, salvo el rechazo de los administradores profesionales, del post-sesentayochismo y de la boda asesina entre la mentalidad gerencial y la burocracia.

El mejor aspecto de esta ola no es solo la condena de una clase política parasitaria, desde hace mucho tiempo incrustada en los privilegios, sino sobre todo el hecho de que la protesta está desacomplejada.
No tienen miedo de votar por quienes son señalados como fascistas, de dar más de quinientas mil preferencias al general Vannacci que invoca la Decima Mas.** No tienen miedo de llevar al 16 % en Alemania a un partido definido como nazi, que de nazi no tiene nada, y que es un Cinco Estrellas con nostalgias DDR que no promete nada bueno. Pero, aparte de las consideraciones de mérito que no pueden hacernos simpatizar con la AfD, el hecho de que en Alemania casi una quinta parte de los electores no tenga miedo de ser “nazificada” tiene un alcance histórico.

No hay ningún “peligro” fascista, ni aquí ni en otros lugares. Un sueño para algunos, una pesadilla para otros.
No, no lo hay. No en el sentido del triunfo del malo de Sky, de Prime o de Netflix (porque tal es hoy la imaginación fascista del antifascista medio, casi siempre inculto e indoctrinado).
Y tampoco lo hay desde el punto de vista de un programa político e ideológico articulado y preciso.
Siempre Giovanni Orsina, en una entrevista con el Figaro de Francia, ha destacado que el pegamento de Fratelli d’Italia no es ideológico sino antropológico, de pertenencia a algo común que precede a la ideología y puede prescindir de ella. De la ideología, no de las líneas de fondo.

Pues bien, una cosa es (o fue) la Derecha Radical, que construyó un conjunto de puntos firmes para influir en el futuro; otra cosa es la Derecha Terminal, que ha ideologizado, esquematizado y dogmatizado una serie de tonterías sociopáticas en el rechazo adolescente de todo lo que la rodea; una tercera y muy diferente cosa es (fue) el fascismo como idea.

Siempre ha tenido una brújula, pero también la capacidad continua de adaptarse, de unir, de mediar, de llevar a la síntesis, de redirigir.
Muy poco ideológico y mucho antropológico, una fuerza mercurial, de cambio, apolínea en su ser dionisíaca, aportadora de novedades ancladas a principios.
Nunca ha sido estática, dogmática, fosilizada ni autorreferencial: es una fuerza de síntesis imperecedera que trasciende a sí misma e incluso a sus propias formas, y que se reafirmará en manifestaciones nuevas y aún no definidas.

¿No es negra la ola negra? Probablemente no es absolutamente nada. Pero esto, al fin y al cabo, es algo bueno.
Me alegro de esta expresión caótica de aspiraciones; no me entristece si ya no está encerrada en grillas incapacitantes, como las varias “salidas” de todo genero, número y tipo, lo que, por reflejos condicionados, hace pensar en los “irriducibles” de no se sabe bien qué cosa, que ha traicionado. Una vez más, no se sabe quién y qué habría traicionado, a menos que hablemos de las conjeturas fideísticas anormales de los guetos.


La ola, en cambio, anuncia un gran potencial que, además, los antifa ni siquiera logran comprender o captar y no pueden obstaculizar mucho. El resultado de esta dialéctica de fuerzas entre la ola y las rocas decidirá pronto si y cuánto habrá incidido, y cómo.
Aún no ha llegado el momento, porque desde dentro de la dinámica la síntesis es ciertamente factible en Italia, quizás en España, y luego se extenderá. En otros lugares, como en Francia, tarde o temprano será ofrecida directamente por los hacedores de reyes con una rama de olivo, para recomponer, bien avanzados, los equilibrios inestables. Alemania aceptará solo entonces y en consecuencia, pero cuando lo haga, lo hará de manera perentoria.

No sé cuándo esta ola logrará producir la nueva síntesis, tanto en sí misma como entre sí misma y todo lo necesario para regenerar a los pueblos de Europa y a Europa en su conjunto.
Pero estoy seguro de una cosa: solo se le puede impedir matando a nuestro continente, y eso no sucederá.

* Alusión al anuncio de Mastercard en Italia en el que la tarjeta bancaria puede realmente comprar todo excepto los grandes deseos que se realizan por sí mismos.

** La Décima Mas es una formación militar italiana que llevó a cabo varias acciones en el mar contra la flota británica y que se unió a la República Social Italiana de Benito Mussolini.

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