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Otra mirada

No es necesariamente un desastre, tal vez sea un momento mágico

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Intentemos ver las cosas de manera diferente.


Vuelta de tuerca liberticida. En Italia, las condenas a los anarquistas Alfredo Cospito y Anna Beniamino (23 y 17 años, 9 meses sin haber derramado sangre) son enormes y se suman a la absurdidad de la medida restrictiva propia de los capos de la Mafia del 41bis. (Y luego criticamos a Hungría…)


Aún más absurda es la condena por la “devastación” no consumada de la sede vacía en Roma de la Cgil, sindicato de izquierda (¡12 años!). A esto se suma la cruzada para enviar a prisión a quienes honran a sus Caídos con el saludo romano.


En Francia se disuelven asociaciones políticas y se prohíben reuniones públicas. No solo de extrema derecha, también sucedió en una reunión de Mélenchon, líder de la izquierda.

En España, existe la Ley de Memoria (ley contra la memoria que prohíbe cualquier referencia al campo nacional y al régimen franquista).


Todo esto se inserta en una constante reprogramación de las libertades individuales (lucha contra el tabaco, el alcohol, lógica del pase verde).

Algunos ven estas cosas como el fin de la democracia, otros como la debilidad de las clases dirigentes. Ambos tienen razón, pero representan mal las cosas.

Los primeros parten de una representación pomposa de la democracia que confunden con la libertad de expresión. En el fondo, la democracia es algo completamente diferente y, si no es autoritaria, sabotea a los pueblos que debilita con charlas y burocracia.


Los segundos se engañan pensando que la crisis profunda de los administradores políticos corresponde a la del llamado “sistema”, cuando en realidad se trata del malestar de quienes se enfrentan a transformaciones profundas y no tienen las herramientas culturales y espirituales para hacerles frente. Casi todos sucumbirán a la transformación del sistema, ellos, no el sistema.

El sistema se transforma porque debe enfrentarse a revoluciones tecnológicas, energéticas y demográficas y no puede sino adaptarse al rearme y a nuevas formas de autocracia.


Por lo tanto, post-democracia autoritaria.


Esto puede vivirse con angustia, lamento y la certeza de ser aplastado, y por lo tanto puede llevarnos a lloriquear o a producir histeria. O podemos tener fe en nosotros mismos y en el ideal y actuar en dos direcciones aparentemente diferentes pero contemporáneas.

Autonomía y auto-centrado para depender lo menos posible de los demás y para reafirmar, actualizándola, la identidad.

Intervención por contaminación sobre las transformaciones del sistema, con la declinación y afirmación de los ideales heroicos y comunitarios y de la jerarquía natural e intercambiable para que sea la desigualdad de las virtudes y no de las clientelas, para que el armamento de nuestros pueblos regenere los valores guerreros y para que la post-democracia se reconecte con lo Alto en lugar de con la tiranía de los miserables.


No es fácil que esto ocurra pero es posible, también gracias a nosotros.


O podemos seguir quejándonos y lamentándonos, continuando prisioneros de la comedia política obsoleta y lamentando una democracia que solo quien no la ha conocido realmente puede reclamar con nostalgia.

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