¿La marea populista cambiará nuestro futuro?
La política, como tal, ya no existe.
Se ha transformado en un decisionismo de minorías a la sombra de una puesta en escena de masas para implicar a las plebes en asuntos que no tienen ningún efecto real.
Esto no significa que no existan nudos políticos, sino que no hay cultura política, salvo en unas pocas mentes lúcidas.
Los nudos son muchísimos. Ante todo en lo social, porque una cosa es el relativismo con todas sus deformaciones individualistas —que van desde las locuras del género hasta las violencias jurídicas y culturales de las minorías antifa, feministas, lgbtxyzk@, pro-inmigración, cultural y biológicamente genocidas— y otra cosa es una estructura basada en el sentido común, la experiencia de siglos y la solidaridad.
Y sobre esto, APARENTEMENTE, hay un enfrentamiento entre la nueva derecha “populista y/o soberanista” y la izquierda “globalista”, que se presenta como defensora del statu quo.
Pero este enfrentamiento es sólo APARENTE, porque está basado en eslóganes extremistas y absurdos, sin que ninguna de las partes se detenga a proponer una reestructuración sistémica (por parte de los globalistas) o una alternativa (por parte de los soberanistas/populistas): se echa gasolina sobre dos fuegos enfrentados, sin ofrecer nada.
La llamada marea ascendente de los populistas, aquellos que la sociología define como “los perdedores de la globalización”, no ofrece ninguna solución; peor aún, no hay ni rastro de un programa concreto ni de un análisis digno de tal nombre sobre ninguno de los temas que levantan.
La fuerza opositora de turno se limita a desear el colapso del adversario y a fingir que, en su lugar, los tribunos del descontento lo harían mejor.
La prueba de los hechos, en cualquier etapa de su recorrido, demuestra que se adaptan a todo (también porque tienen una visión simplista de todo, y cuando tienen que enfrentarse a la realidad, no saben por dónde empezar).
Pero hay algo aún peor. Casi todas las fuerzas de oposición populistas están compuestas por personas sin ninguna cultura política previa, y a menudo acaban vehiculando precisamente aquello contra lo que se supone que se han formado.
Basta pensar en el vertedero que es AfD, que resume en sí misma el extremismo LGBT, el fanatismo proisraelí, la nostalgia bolchevique, el asistencialismo miserable y el egoísmo capitalista, todo ello condimentado con el desprecio protestante hacia los pueblos mediterráneos.
En otros lugares, no va mucho mejor: desde la Lega al Rassemblement National, con referencias históricas y culturales cuanto menos extrañas.
Véase la exaltación de Martin Luther King hecha en Francia por un partido que pretende defender la familia y la nación, habiendo votado mayoritariamente a favor del aborto en la Constitución.
Lo cual, independientemente de la opinión que se tenga sobre el tema, es tan demencial que ni siquiera el Partido del Orden Moral de La jaula de las locas lo habría imaginado.
No se trata de prohibir o legalizar el aborto, sino de consagrar en la Constitución la reducción de nacimientos en medio de un colapso demográfico.
Sobre el único tema en el que se libra batalla, los opositores rara vez se demuestran mejores —y a menudo incluso más mediocres— que las fuerzas institucionales.
Nadie, o casi nadie, se ocupa seriamente de la política; porque los enfrentamientos decisivos se están produciendo dentro del sistema: tanto en el sistema internacional de Estados como en los sistemas internos.
Revoluciones que ni siquiera se alcanzan a mirar.
Así seguimos prisioneros de un fenómeno de feria, en un enfrentamiento cómico digno de un combate de lucha libre.
En este duelo circense, tenemos una derecha populista que pronuncia mal —y sin perspectivas concretas— algunas verdades que condenan a la oligarquía en el poder, pero que, llegado el momento, actúa siempre en contra de su propia nación y acaba siendo manipulada por los poderes fuertes como un títere que mueve la cola.
Y luego tenemos una izquierda (o centroizquierda, o derecha-izquierda), definida como europeísta o democrática, que en el ámbito de las relaciones internacionales permanece en el juego y adopta siempre posturas en política exterior positivas y mucho más soberanas que las de los “soberanistas”.
Pero que, en política interior, judicial, cultural y social, resulta casi siempre aberrante.
Esto sucede porque falta una cultura política y, con ella, la capacidad de síntesis, que se basa en el Et Et (esto y aquello), como en los tiempos de las Revoluciones Nacionales.
Hasta que no se logre construir esta síntesis regeneradora y revolucionaria, en mi opinión, pueden incluso votar por las oposiciones soberanistas/populistas si realmente no quieren sentirse solos. Al menos contribuirá a una cierta psicología de masas.
Pero si esperan algo positivo de esas fuerzas, y sobre todo si hacen caso al collar de perlas de tonterías, presunciones y miserias humanas que ostentan, perderán no solo el tiempo, sino también las energías.
Peor aún: acabarán dirigiendo esas energías, sin saberlo, contra ustedes mismos y contra el futuro posible de su pueblo y su tierra.
¡Úsenlas mejor para actuar sobre ustedes mismos!