Se deben romper las barras de la prisión del dualismo, o de lo contrario uno está perdido. Esta es la grandeza, la centralidad, la síntesis, de la Tercera Posición. Fuera de esta lógica, uno está subyugado.
Todas las lógicas actuales, ya sean internacionales o internas, están distorsionadas y se ha asegurado que dos polos presumidos (progresista y reaccionario; occidentalista o tercermundista desgarrado; asistencialista o eficientista; laico o religioso) choquen en palabras, insultos y sabotajes mutuos, sin lograr ningún resultado notable. Así, en la ‘izquierda’, existen una serie de prejuicios, y en la ‘derecha’, hay otros. Excepto en personas capaces de llevar alguna síntesis, ambos bandos comparten dos características comunes: equivocarse al menos en un cincuenta por ciento de sus elecciones y raramente tener realmente razón en aquellas en las que no se equivocan.
En política exterior, con algunas excepciones, la derecha en Europa es totalmente servil y antinacional, a pesar de autodenominarse patriota o soberanista, de hecho, precisamente por esto. Mucho mejor son las izquierdas, o más bien, los centros izquierda. Sin embargo, solo en actitud, porque sus elecciones de una antigua matriz antimperialista son fundamentalmente globalistas y serviles hacia entidades supranacionales exaltadas como reguladores de ética y progreso. Así, tanto la derecha como la izquierda convergen en la aceptación sumisa de la servidumbre, con la excepción de algunas personalidades destacadas y, paradójicamente, de algunos intereses capitalistas que van a contracorriente.
En política interna, o más bien, en política societal, la izquierda tiende a ser repugnante, portadora de cada impulso para subvertir formas e identidades, y atacar a la naturaleza y al sentido común. Pero la derecha, que aquí tendría tendencialmente razón, no aporta ninguna propuesta o solución adecuada para la época y la sociedad. Insiste en imponer retornos al pasado, exaltando exageradamente algunos modelos bastante sofocantes y aburridos, sin siquiera plantearse el problema de cómo se podría hacer.
Estos son los dos extremos en los que, oponiéndose con errores alternos, quien no está equivocado demuestra nunca tener razón y prueba que, al elegir uno u otro, se equivoca en gran medida al menos en un plano. No fue así en el pasado. Las ‘revoluciones nacionales’ fueron lideradas por hombres que tenían un pasado de izquierda y que supieron ofrecer a la derecha un enfoque concreto y operativo. Entre los ‘valores’ de derecha y el vitalismo de izquierda, operaron mediación y síntesis. Y eso es lo que falta y debe hacerse. De lo contrario, Europa, y cada nación europea, estarán condenadas a presenciar el vaivén entre una izquierda y una derecha que acompañarán, con palabras y disputas vulgares, el inexorable avance de la servidumbre hacia el Caos dominante.