Cuál es el estado actual de los conflictos y acuerdos internacionales?
Comencemos con un punto fundamental que a menudo se pasa por alto: el modelo capitalista e internacionalista ha sido adoptado a nivel mundial —con la excepción parcial de Corea del Norte— y las diferencias entre los actores internacionales se deben principalmente a las culturas locales, la profundidad de sus respectivos territorios y sus proyecciones geográficas.
Actualmente no existen modelos alternativos reales en juego, sino versiones más o menos avanzadas, inteligentes, productivas (o, por el contrario, primitivas, miopes o parasitarias) del mismo sistema.
Esto puede decepcionar a quienes imaginan escenarios al estilo Tolkien, a los que suelen aplicar el adjetivo “geopolítico”, término que —como el kétchup— se pone sobre todo para dar sabor a lo que no se comprende.
No hay un verdadero enfrentamiento entre modelos políticos, ni tampoco auténticos bloques “geopolíticos” opuestos.
Quienes ven a los BRICS como un bloque estratégico cohesionado están equivocados, no solo porque incluye potencias rivales como China e India, sino porque se trata de una de tantas alianzas internacionales poco estructuradas que buscan orientación tras la crisis global de 2008.
Desde esa crisis, China —tras tres décadas de subordinación de facto a Washington— ascendió a la cima de la economía mundial
Este cambio (incluso antes de Trump) obligó a Estados Unidos a enfrentar un segundo gran rival económico y tecnológico, además de Alemania y, por extensión, la Unión Europea.
Todos los documentos estratégicos recientes de la Casa Blanca reflejan esta doble preocupación. En cambio, Rusia es vista con indiferencia, salvo por su papel como proveedor energético de Alemania.
A esto se suma la redefinición de la estrategia energética estadounidense —iniciada en 2001— y el creciente vínculo entre el control de los recursos y las nuevas tecnologías, que ahora están transformando el tablero geopolítico global. El gran centro gasístico israelí-árabe, por ejemplo, sustenta muchas de las acciones estratégicas del primer ministro Netanyahu.
El esfuerzo de Estados Unidos por mantener su dominio global se articula hoy en diferentes formas, pero sigue tres principios fundamentales:
Desmantelar los regímenes de regulación internacional —incluso aquellos que ellos mismos impusieron, como la OMC. Paradójicamente, esto ha convertido a países como China, Rusia, India, Indonesia, América Latina y la propia Unión Europea en defensores más firmes del orden global que los propios estadounidenses, incluso bajo Biden.
Delegar la gestión regional o macroregional a múltiples actores, manteniéndolos en competencia entre sí y vinculados de algún modo a Washington.
Mantener una presencia constante a nivel mundial —especialmente en términos de poder militar e influencia— procurando dividir, o al menos evitar la excesiva unión de regiones o países que podrían desafiar su supremacía. Europa es el principal objetivo de este equilibrio.
Trump ha seguido esta agenda de forma explícita. En cuanto a los resultados, el tiempo lo dirá. Algunos desarrollos parecen validarla por completo, otros no tanto. Por ejemplo, la inversión extranjera directa en EE. UU. habría disminuido, mientras que en Europa habría aumentado, lo que representaría un revés en la prolongada guerra monetaria transatlántica. EE. UU. parecía haberla ganado gracias a la —para ellos providencial— invasión rusa de Ucrania y sus repercusiones geopolíticas.
En Europa, se sueña con un nuevo impulso para reforzar el papel internacional del euro. Si va acompañado de una verdadera integración del mercado interior, la moneda europea podría volver a posicionarse como una alternativa viable al dólar, una idea que Dominique Strauss-Kahn, entonces director del FMI, quiso institucionalizar antes de ser apartado por un escándalo sexual de tintes políticos.
Paradójicamente, el yuan chino también podría aspirar a ese papel, aunque aún está bastante por detrás del euro. Curiosamente, el CCER (Centro de Estudios Económicos de la Universidad de Pekín) ha mostrado apoyo a una propuesta de la era Trump para llevar a cabo una devaluación coordinada del dólar. Esto implicaría una revalorización del yuan, un doble movimiento que podría estimular tanto el consumo interno chino como la reindustrialización estadounidense, como han explicado claramente los economistas chinos.
¿Un nuevo acuerdo al estilo Yalta? Es una posibilidad, entre muchas. China está explorando múltiples opciones estratégicas simultáneamente.
Detrás de este juego tripolar —entre Estados Unidos, la Unión Europea y China— hay ganadores y perdedores
Turquía ha avanzado notablemente consolidando su influencia regional. Israel también. India ha registrado progresos y retrocesos. Rusia, por su parte, ha perdido terreno en casi todos los frentes: Eurasia, el Cáucaso, el Mediterráneo; y ahora depende casi totalmente de Washington y Pekín. Solo conserva cierta capacidad de acción donde actúa contra los intereses europeos: Donbás, Sahel, Cirenaica. Lo cual confirma que solo puede moverse cuando sus acciones convienen a EE. UU.
Irán, por último, está pagando el precio de su equivocada estrategia antiárabe y antinacional-socialista en la región, estrategia que en su momento fue financiada y armada por Israel, que ya no la necesita tras haber alcanzado sus objetivos.
El Reino Unido se debate entre fracasos y nuevos intentos de protagonismo
Con el Brexit, cometió un suicidio político y económico.
Perdió su papel como socio de confianza de EE. UU. en Europa, fracasó en su proyección hacia la Commonwealth, se privó de mano de obra cualificada e inmigración europea (sustituida principalmente por la pakistaní) y renunció a todos los beneficios que le ofrecía su condición privilegiada en la UE.
Incluso en materia de defensa, enfrenta mayores dificultades que Europa continental —especialmente Alemania, que prevé invertir un billón de euros en la próxima década— porque, sin el respaldo del BCE, los intereses de su deuda se duplican en comparación con los de la eurozona. Conviene tener siempre presente que Londres cuenta con la libra esterlina, una moneda de importancia global, y con la City, uno de los principales centros financieros del mundo. Si el Reino Unido está pagando un precio tan elevado por haberse desvinculado de la protección del BCE, resulta fácil imaginar cuán desastrosas serían las consecuencias para cualquier país europeo que no disponga de estos activos, especialmente si optara por salir del euro, como aún proponen ciertos oportunistas políticos.
Milagros de los economistas del Exit, que aún nos quieren convencer de que estaríamos mejor imprimiendo billetes del Monopoly.
Londres busca ahora un reingreso estructural a través de “coaliciones de los dispuestos”, con la esperanza de recuperar su posición sin perder la dignidad.
Dado que el próximo paso decisivo hacia una Europa real solo podrá lograrse ignorando los tratados y superando las instituciones actuales, un regreso británico sin necesidad de penitencia formal podría ser factible.
La capitulación de von der Leyen: una lectura estratégica de un malentendido
En realidad, nunca existió una negociación auténtica: Trump actuaba con urgencia, contundencia y contaba con los argumentos disuasorios necesarios. Por su parte, los europeos confían en los efectos graduales de una inversión conjunta y en una retirada parcial de Estados Unidos. Esta postura los obliga, por naturaleza, a la espera.
Probablemente, Ursula von der Leyen no esté preparada para el papel que debería desempeñar. Sin embargo, conviene recordar que todo el marco europeo sigue siendo muy frágil, especialmente frente a una superpotencia.
El acuerdo con Washington contempla aranceles estadounidenses relativamente moderados, salvo —y no por casualidad— en el acero y el aluminio, con incrementos que llegan hasta el 50 %. En cuanto a los compromisos de compra de armas y energía a Estados Unidos, quizá se haya puesto un énfasis excesivo.
Producir armamento en lugar de comprarlo marca una diferencia fundamental, tanto desde el punto de vista de la independencia estratégica como del desarrollo industrial. El sector europeo ya ha experimentado un impulso notable, con siete programas de defensa lanzados y cuatro instrumentos de financiación y cooperación establecidos. Doce industrias militares altamente competitivas están desarrollando proyectos clave, entre ellas la italiana Leonardo, que juega un papel destacado.
Comprar, aunque sea parcialmente, armamento estadounidense es una condición necesaria para iniciar un proceso de autonomía progresiva. También conlleva una forma de dependencia: está claro que esas armas no podrán usarse en el futuro contra Estados Unidos ni sin su consentimiento. Pero esto es evidente: nadie contempla una guerra contra Estados Unidos. Incluso quienes afirman querer desempeñar un papel autónomo —como la Rusia neoimperialista— utilizan equipos militares con componentes estadounidenses, incluidos chips fabricados en California. Casi todos los cazas rusos Su-35 incorporan elementos procedentes de una cadena de valor que conecta a China con empresas como Texas Instruments e Intel.
Y eso no es todo. Aunque no existen cifras exactas, China depende actualmente de forma masiva de la propiedad intelectual y el software estadounidenses.
Una política europea orientada hacia la independencia debe centrarse en invertir esa dependencia y en fortalecer la industria militar europea frente a la estadounidense. Afirmar que el rearme europeo es un acto de sumisión revela ignorancia, superficialidad, sesgo ideológico o demagogia.
Este rearme no tiene como objetivo enfrentarse a Rusia. El día en que Moscú logre salir del atolladero en el que se encuentra, tendrá otras prioridades antes que provocar una expansión de la OTAN a su costa.
En un sistema internacional en plena reconfiguración, cada actor solo podrá desempeñar un papel si cuenta con tres elementos clave: un mercado de capitales profundo, una centralización política efectiva y una fuerza militar creíble
Precisamente estos tres pilares son los que Estados Unidos suele tratar de frenar. Así, antiguos miembros de Gladio, exgenerales de la OTAN, populistas soberanistas y partidarios de la línea MAGA sabotean cualquier proyecto de defensa europea común y —casualmente o no— favorecen objetivamente a Rusia, país por país. Ellos están intimidados por personajes como Putin y Netanyahu, probablemente porque están en constante búsqueda de un hombre fuerte, que sin embargo no se corresponde con ellos, ya que el abuso de poder sobre los más débiles es pura y simple impunidad.
Europa, que permanece discreta y carece de centralidad política en la escena mundial, ha logrado desarrollar un potencial notable a pesar de los numerosos obstáculos, sobre todo los heredados del orden de Yalta. Muy pocos observadores han captado la profundidad real de sus dinámicas, relaciones e intereses. Sin embargo, todas las cancillerías del mundo ya la consideran un actor de primer nivel.
Ese potencial europeo se basa en su capital humano, su saber hacer y su capacidad de innovación tecnológica
El proyecto de red eléctrica “supergrid”, basado en la tecnología UHVDC, podría transportar energía solar desde el Mediterráneo hasta Escandinavia en una fracción de segundo —una ventaja clara frente a Estados Unidos. La tecnología de superconductores, ya en desarrollo en Alemania, convertiría a Europa en una verdadera potencia energética.
Un dato significativo pasó casi desapercibido: el pasado mes de junio, la Unión Europea alcanzó un hito histórico en su camino hacia la transición energética. Por primera vez, la energía solar superó al gas y al carbón en la generación de electricidad en toda la Unión. Así, la energía fotovoltaica se consolidó como la principal fuente de producción eléctrica en los 27 Estados miembros, generando el 22,1 % de la electricidad total.
Si a esto se suma un rearme estructurado y una unión real de los mercados interiores, Europa podrá imponerse como un actor geopolítico indiscutible. Y con ello, permitir que otros actores mundiales aspiren a una verdadera multipolaridad a través de una “triangulación” global.
La propia China está dividida sobre si debe favorecer o frenar este proceso. Sin embargo, indirectamente, ya está creando las condiciones para que ocurra. En la “guerra de las cien horas”, Pakistán superó a India gracias a sus misiles PL-15. Nueva Delhi se encontró aislada frente a un aliado de Pekín respaldado por Washington, sin poder recurrir siquiera a la histórica mediación de Moscú. De ahí surgió no solo su decisión de enviar municiones a Ucrania mediante una triangulación con Alemania, sino también un mayor acercamiento estratégico a Europa y Japón, con el fin de posicionarse mejor en la inestable región del Indo-Pacífico.
En definitiva, lo que la propaganda rusa atribuye artificialmente a los BRICS y al supuesto “Sur Global” —el fin de la hegemonía monetaria y el auge de un mundo multipolar— solo podrá lograrlo Europa. Siempre que, claro está, cuente con una clase dirigente a la altura del desafío.
Sí, el modelo europeo tendrá que evolucionar
Sí, deberán resolverse los problemas demográficos y sociales.
Sí, Europa comparte el mismo modelo capitalista que los demás, aunque conserva un sentido social difícil de encontrar en otros lugares.
Sí, sigue prisionera de sí misma y de las derivas intelectuales y culturales originadas con la Escuela de Frankfurt.
Pero todo esto no puede servir de excusa para renunciar a nuestro papel en el mundo. No apoyar activamente —y con convicción— la construcción de un protagonismo europeo sería condenar a nuestros pueblos y a nuestras futuras generaciones a la irrelevancia.
Una Europa armada, reconciliada con la noción de guerra —natural y eterna—, que hemos querido exorcizar con la hipocresía del confort, podría enterrar la ideología woke y los pacifismos inhibidores, devolviéndonos el sentido común y la vitalidad. Es decir, devolviéndonos el futuro.