sabato 11 Ottobre 2025

¿Qué pasará hoy en Washington?

¿Impondremos a Ucrania, invicta, a rendirse presentándolo como un acuerdo de paz?

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Lo más probable es que se trate de una trampa destinada a lograr que Zelensky y los europeos rechacen las supuestas “propuestas de paz”. De este modo, Estados Unidos podría alinearse públicamente con Rusia y dividir a Europa desde dentro: el verdadero objetivo compartido por Moscú y Washington.

Hasta ahora, todo ha seguido un guion perfectamente anunciado


Recapitulemos. El 24 de febrero de 2022, Rusia invadió Ucrania, desoyendo todas las ofertas de negociación de Europa. Lo hizo con argumentos endebles: supuestos laboratorios biológicos en su frontera, una inminente adhesión de Ucrania a la OTAN (que entonces no estaba sobre la mesa) o la defensa de los ciudadanos del Donbás. Moscú habló de 14.000 víctimas, pese a saber que más de 6.000 eran lealistas. En los dos años previos, en realidad, habían sido solo setenta y siete, en un contexto de clara desescalada.

Ya en diciembre de 2021, publicaciones de inteligencia de India, China e Italia habían anticipado la invasión, coordinada entre Putin y Biden.
¿Increíble? No tanto. En julio de 2021, la UE y Kiev firmaron un acuerdo que concedía a Europa la explotación de los minerales raros del Donbás a cambio de pacificación en la región.
Semanas antes, Putin y Biden se habían reunido a puerta cerrada. Poco después de aquel acuerdo, comenzaron los preparativos de la invasión.

Paralelamente, Rusia ya golpeaba intereses europeos

en el Sahel (desde 2020) y en Cirenaica (al menos desde 2015). Seguía siendo un peón fiable. Y nunca dejó de utilizar armamento con componentes estadounidenses, programas de lanzamiento de misiles en California o aviones de guerra fabricados en EE.UU. Incluso hoy, Moscú sigue suministrando el 12% del uranio para el arsenal nuclear estadounidense.

Rusia confiaba en devorar Ucrania de un solo golpe


Marchó directamente sobre Kiev, hasta el punto de lanzar en paracaídas soldados vestidos con uniformes de desfile.
Biden ofreció evacuar a Zelensky —pues un golpe prorruso en Kiev estaba probablemente contemplado en el acuerdo de junio—, pero este se negó. Con la ayuda de los Javelin británicos, los ucranianos ganaron la Batalla de Kiev y derrotaron al supuesto “segundo ejército del mundo”. Rusia se replegó entonces hacia el Donbás donde, tras un avance inicial fulgurante, fue repetidamente derrotada.
Sufrió un revés decisivo en la batalla estratégica por Odesa y se vio obligada a retirarse.

Los ucranianos intentaron entonces una contraofensiva masiva


Sin embargo, EE.UU. presumió públicamente de haberles retirado el apoyo satelital y de haber proporcionado a los rusos la información necesaria para esquivar la derrota.
En la práctica, se alineó con Moscú.
Superado el riesgo de un colapso ruso, Washington reimpuso limitaciones: prohibió a Kiev el uso de misiles de largo alcance y condicionó estrictamente los de alcance medio. Para resistir, Ucrania comenzó a producir drones baratos en serie.

Que Washington no quería que Kiev ganara la guerra era evidente para todos, salvo para los distraídos y los ciegos. Y no hablamos de Trump, sino de la administración Biden.
Solo durante la turbulenta transición presidencial en EE.UU., y gracias sobre todo a la postura alemana, la administración saliente autorizó finalmente a Ucrania a atacar dentro de Rusia.

En 2025

Trump empezó humillando públicamente a Zelensky, continuó despreciando a Europa y terminó recibiendo a Putin como a un gran estadista, comportándose prácticamente como su mayordomo. Esto ultimo se explica por un exceso de histrionismo combinado con los primeros signos de decadencia senil.
Ahora llega el cuarto movimiento, que podría —o no— alcanzar el objetivo buscado: la partición de Ucrania y la creación de un nuevo Telón de Acero en Europa.
En definitiva, una “Yalta 2.0” de carácter macroregional y no global, que sonaba ridícula a los mal enterados cuando la mencioné hace tres años y medio, pero que hoy es defendida abiertamente por rusos, estadounidenses y sus diversos servidores.

Siempre sostuve que si Rusia seguía fracasando en el campo de batalla e incapaz de cumplir sus objetivos, Estados Unidos intervendría para concedérselos.
Cada vez que Rusia se acerca al abismo, es Washington quien la salva.

Y Rusia, en efecto, está al borde del abismo

Perce que no solo porque la propaganda —en ambos bandos— encuentre útil fingir que está a punto de ganar.
La realidad es que, si no logra abrirse paso en el Donbás (o si no se le regala la región) antes de finales de otoño, corre el riesgo incluso de capitular.

Los avances rusos existen únicamente en la propaganda


En un año apenas ha ganado 20 kilómetros de alcance en un territorio irrelevante, a costes prohibitivos, y ha perdido casi todos los pueblos tomados inicialmente, presentados cada vez como “nudos estratégicos decisivos” y mantenidos, como mucho, 48 horas. No es propaganda: basta con verificarlo a diario por satélite, accesible para cualquiera.

Expulsada de Tartus hasta depender de Al Jolani, incapaz de asomarse al Mar Negro sin que le hundan los barcos, Moscú perdió también el Cáucaso tras el reciente acuerdo turco-estadounidense. El espacio euroasiático cercano está hoy repartido entre China, EE.UU. y Europa. Rusia depende enteramente de China, que le compra a precios de usura. Vladivostok es ya de facto chino. Sin capital chino y occidental, no puede salir de la economía de guerra.
Incluso si se le regalara el Donbás —la región que no ha podido conquistar en once años—, Moscú ya ha perdido la guerra en lo esencial. Su única victoria es en la sociedad del espectáculo.

¿Le entregaremos entonces esa “victoria”, un nuevo Telón de Acero diseñado en Washington?


Tras una resistencia formal y retórica, con matices diplomáticos que permitan ceder salvando la cara, ese podría ser el desenlace.
Lo cierto es que el destino del Donbás lo decidirá el amo estadounidense, no el siervo ruso, que ha demostrado tanta ineptitud que podría fracasar incluso así.

Es probable, por tanto, que terminemos entregándoselo,
pero no es seguro. Porque si en la esfera mediática Rusia parece poderosa y Europa casi ausente, en lo sustancial —reformas legales de los tratados, investigación cuántica, armamento, acuerdos multilaterales con Asia y África, producción de IA, pasos hacia la integración— Europa está lejos de estar inactiva o rezagada.

La cuestión de fondo es si los europeos permitirán que Washington imponga la capitulación ucraniana (pues eso son en realidad las “propuestas de paz” rusas): abandonar a un pueblo aún invicto a cambio de consolidar una fuerza militar europea para una nueva guerra fría en las fronteras. O si, por el contrario, estarán dispuestos a aceptar el desafío ahora —un desafío sobre todo moral— y negarse a forzar la rendición de quienes no han sido derrotados.

Lo veremos.

Lo esencial, como dije desde el primer día


es que, aunque Ucrania pague con su propia carne, el verdadero objetivo no es ella. El objetivo real —al margen de simpatías o antipatías— siempre ha sido el control de Europa por parte de Estados Unidos, utilizando a sus eternos siervos y carceleros, los rusos. La propaganda los presenta como poderosos, pero en realidad han quedado drásticamente reducidos.
Habrá que ver también qué instrumentos empleará Trump para obligarnos a seguir su línea, porque, senil o no, debe reconocer que la reindustrialización de EE.UU. depende en gran medida de Europa.

¿Tendrá esta película un final previsible?
Lo sabremos pronto.
Hasta ahora, el guion se ha cumplido punto por punto.
El único actor realmente deficiente ha sido Rusia, aunque sigue siendo formidable en publicidad y en vender humo.

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