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El crucero de la flotilla pro-Netanyahu

Con "enemigos" como estos, Israel no necesita amigos

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La Flotilla ha concluido su travesía… y Netanyahu se frota las manos

Desde la creación del Estado de Israel, el pueblo palestino ha sido sacrificado una y otra vez


Por los propios israelíes, desde luego; por los gobiernos árabes, con muy pocas excepciones; por falsos aliados que han instrumentalizado su causa en función de intereses geopolíticos (Rusia, Irán, Catar); por fanáticos que han saboteado su representación política legítima—primero los comunistas, luego los yihadistas, siempre útiles idiotas para Tel Aviv—; y, por último, por una izquierda internacional que enarbola una bandera que apenas comprende, y lo hace para montar farsas autorreferenciales y tristes parodias de las protestas de otros tiempos.

Para una izquierda en crisis profunda, pero aún aferrada a una especie de “teología de la liberación contra el Ur-Fascismo”, Gaza no es más que un símbolo, una excusa para lucirse y convencerse a sí misma—más que a los demás—de seguir viva y combativa.

La farsa de la Flotilla lo demuestra con claridad


Sus promotores aseguran que lograron poner a Gaza en el centro del debate público. Falso. Gaza lleva décadas en la agenda internacional, y no pocos gobiernos han adoptado posturas incómodas hacia Israel. Lo que se comenta estos días no es la situación en Gaza, sino el espectáculo montado por una tripulación de exhibicionistas.

Dicen haber organizado una misión humanitaria. Ridículo. Llevaban a bordo apenas un tercio de los víveres que la población palestina recibe cada día—sí, a diario—a través de los canales oficiales. Y si su intención hubiese sido verdaderamente humanitaria, habrían zarpado bajo una bandera de paz, no bajo la palestina, anunciando que iban a “romper el bloqueo naval”, para luego rendirse con las manos en alto al primer contacto.
Provocadores y bufones.

Sus defensores sostienen que la Flotilla ha dejado al descubierto las violaciones de Israel al derecho internacional: por rechazar la ayuda humanitaria (aunque solicitó que se entregara a la Iglesia), por interceptar el barco fuera de aguas territoriales, y por no reconocer que dichas aguas, legalmente, pertenecen a Gaza.
Los dos últimos argumentos pueden ser jurídicamente válidos, pero no revelan nada nuevo. Existen decenas de resoluciones de la ONU ignoradas, y no ha sido esta pequeña expedición marítima la que las ha descubierto.

En cuanto a la interceptación en aguas internacionales, es muy posible que Israel decidiera representar también su parte en esta farsa, evitando así crear un precedente: permitir que se ingrese ilegalmente en lo que considera su jurisdicción sin respuesta inmediata.

Ahora la representación ha pasado a tierra firme

—también aquí en Europa—con réplicas nostálgicas de los años setenta, bajo el lema de “pararlo todo por la Flotilla”.

¿Por qué no la llamaron directamente la Flotilla de Netanyahu? Es un misterio.

Si se trataba de una operación política y propagandística, ¿quién ha salido beneficiado, si no Netanyahu?

Para empezar, ante una opinión pública israelí profundamente dividida sobre su figura. ¿Cómo habrá reaccionado al ver un desafío frontal, bajo bandera palestina, precisamente en Yom Kippur, como hizo Hamas? Ni hecho a medida por el Mossad.

¿Y en Europa, o en general en Occidente?

La opinión pública se reparte, a grandes rasgos, en seis categorías:

  • Quienes odian a los judíos
  • Quienes odian a los árabes
  • Quienes apoyan a Israel
  • Quienes apoyan a Palestina
  • Quienes desprecian a ambos
  • Y quienes se mantienen neutrales y oscilan según el contexto

Estos dos últimos grupos son los más numerosos. Y entre ellos, es evidente que hoy la balanza se ha inclinado hacia Tel Aviv, que ha proyectado una imagen de autoridad serena, frente a la arrogancia y el ridículo de los tripulantes de la Flotilla y el comportamiento histriónico de sus simpatizantes.

Supongamos, por un momento, que los organizadores de la Flotilla no eran conscientes del favor que le estaban haciendo a Netanyahu. Supongamos que actuaban por ingenuidad. ¿Se habrán arrepentido del efecto boomerang?

Lo dudo. La bandera palestina fue solo un instrumento. El verdadero objetivo era ponerse en escena en una sociedad del espectáculo, donde no pasan de ser malos actores secundarios.

Un grupo más de quienes, como tantos otros—muchas veces palestinos también—terminan siendo verdugos de Palestina.

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