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El evoleninismo

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en castillano – in spagnolo


Recientemente, durante un debate en Radio Meidien Zéro, en Francia, he lanzado una provocación al sostener que hoy hemos de convertirnos en «evoleninistas».
Precisemos. 

Evola
Soy deudor con el Barón en algo más que en una mirada existencial. Su viril distanciamiento, que he definido como el sello de un «existencialismo guerrero», está formado por un pesimismo entusiasta (con frecuencia ha citado a Guillermo el Taciturno: «no es necesario esperar para emprender, ni lograr para perseverar») y por una disciplina estoica que no permite ninguna excusa, ninguna deserción, sean cuales fueren las condiciones del combate. 
No se trata de una ideología de la derrota sino de una equidistancia en relación al éxito y al fracaso, a la ilusión y a la desesperación. Es la ley interior que ordena hacer lo que debe ser hecho. Aunque Evola haya sido usado como coartada por numerosos vagos, bellacos e inútiles, que han encontrado refugio en su pesimismo histórico sin preguntarse sobre su significado real, Evola nos ha entregado un legado muy claro: es necesario emprender toda acción con el objetivo de vencer y es necesario aplicarse a ella con una precisión casi maníaca.
Sin embargo, la realización interior no reside en el resultado, sino en la afirmación de Sí durante el acto, en la fusión consciente en el Ser.

Lenin
El revolucionario comunista es el hombre que ha hecho del marxismo algo concreto. Le ha aplicado una lógica de optimismo guerrero trasformando la ideología en instrumento de combate.
Un poco como san Agustín («es necesario ser de este mundo sin ser de este mundo»), aunque sin la idea de trascendencia, Lenin ha aplicado esta aparente esquizofrenia a la realidad material. Ha enseñado así a los cuadros políticos un método de acción y los ha dotado de una mentalidad aplicable a todo tipo de confrontación. Ha explicado perfectamente como un revolucionario puede y debe comportarse en el espacio político y ante los eventos históricos sin dejar de ser un sujeto autónomo. No desaprovechar ninguna ocasión, non aislarse, no diluirse.
Lenin explica exactamente como debe comportarse el monje-guerrero comunista.
Está claro que las referencias fundamentales de la enseñanza leninista son particulares y que no las comparto. Lenin se basa en la guerra de clases, en el internacionalismo y a llegada del paraíso proletario. Esta visión mesiánica no me pertenece.
Pero las enseñanzas sobre el método y la mentalidad de acción en la realidad son, a mi parecer, esenciales.
Cierto, Lenin está por la lucha de clases y es internacionalista, mientras yo soy interclasista y nacionalista (en una lógica al mismo tiempo carnal, civilizadora e imperial, por tanto, al mismo tiempo nacionalista italiano y europeo). También sobre lo que define como «imperialismo», nuestras posiciones divergen. En primer lugar, porque en su óptica no hay diferencia entre imperialismo e Imperio y, después, porque los fenómenos más interesantes de la Modernidad (bonapartismo, fascismo, peronismo) están impregnados de lo que en su dialéctica sería imperialista.
Dicho esto, es bueno aclarar que en la solución corporativa y socializadora del fascismo no veo ningún freno a las aspiraciones del proletariado sino más bien una garantía ofrecida a las mismas en la tradición romana del Tribunado.

Síntesis
Lo que me propongo con una provocación, que sólo lo es hasta cierto punto, es asumir los instrumentos metodológicos y relacionales del leninismo en una idea del mundo que trascendente y marcada por el existencialismo guerrero de Evola.
Hay que utilizar estos instrumentos al servicio de una idea política precisa, como la que he bosquejado más arriba, con el fin de salir del simplismo angustiado y de sentimientos frágiles, superficiales, que conforman hoy el «pensamiento» de las derechas nacionales.
Nos encontramos indiscutiblemente en presencia de un pensamiento impregnado casi exclusivamente de reacciones ciegas y epidérmicas, un pensamiento en el cual está ahora mismo ausente toda referencia ideal.
Se trata de un status más psíquico que político, que se dopa con sucesos superficiales causados exclusivamente por un extendido descontento que se manifiesta durante una crisis pasajera y que se obstina, erradamente, en imaginar como el anuncio de una implosión inminente.
En este estado de embriaguez se olvida regularmente realizar un análisis serio de la época, del sistema, de la historia e, incluso, del poder. Presa de un frenesí adolescente, se confunde todo, se alimentan ilusiones y se olvida tanto oponer un sistema de vida y de pensamiento al dominante como interrogarse sustancialmente, estructuralmente, sobre la realidad sobre la cual se pretende ejercer el control mañana.
Ésta es la razón por la que las derechas nacionales van hoy, contentas, hipnotizadas, tras los cantos de sirena de Ulises dirigiéndose hacia un naufragio sin precedentes, tanto más terrible en cuanto que habrá sido precedido por ilusiones infantiles.
Distantes, también en su mirada, de los centros de poder real (Wasp, israelíes, chinos, alemanes) y estimulados por un frenesí demagógico propio de las derechas nacionales que defino terminales (como el Front marinista en Francia o la Lega en Italia), aquellos que no han adquirido los fundamentos anclados sobre los conceptos de la revolución y del Ser, sólo pueden caer en las ilusiones desesperantes o elegir el aislamiento.
Por el contrario, quienes están armados de lógica «evoleninista» pueden participar en el proceso del populismo ciego y chabacano haciendo todo lo posible para intentar rectificarlo y salir del círculo vicioso en el que está destinado a destruirse.
Y si no lo logramos, lo elementos conscientes puede, sea como fuere, trabajar para el futuro y capitalizar su acción positiva, que se convertirá en el catalizador en la desbandada general.
Al mismo tiempo, los «evoleninistas» pueden observar los centros de poder y sus batallas intestinas con una mirada neutra, fría, quirúrgica, y maniobrar desapasionadamente en la perspectiva de una táctica y de una estrategia para el futuro que se puede sintetizar así: conquistar y construir.
Si uno se arma con una fe revolucionaria, con un método científico y si despierta el Ser en sí mismo, jamás será vencido, ni siquiera en la derrota. Si se está armado de esta forma, se puede vencer también cuando nos enfrentamos con fuerzas que parecen abrumadoras.
Al contrario que hoy, cuando las cifras vacías y engañosas de consenso delegado –y por tanto, volátil y efímero– hinchan el pecho del sapo, que está demasiado distraído y condicionado para poderse despertar en forma de príncipe y que, en consecuencia, está destinado a estallar estruendosamente.

Salvo si…

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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