El ataque estadounidense a Irán en la noche del solsticio de verano marca un punto de no retorno.
No tanto por el riesgo de una escalada, sino por la forma en que ha sido ejecutado.
Que se sepa, es la primera vez en al menos un siglo que Estados Unidos inicia una guerra de manera unilateral fuera de su ámbito inmediato de influencia, ese “patio trasero” donde, según la doctrina Monroe, estaría en juego su propia supervivencia.
Cuando Israel bombardeó Irán, lo justificó alegando defensa preventiva. Washington ni siquiera recurrió a ese argumento.
La línea que ha cruzado no es menor. Nunca antes la Casa Blanca había actuado sin algún tipo de cobertura internacional—ya fuera la OTAN, la ONU o coaliciones regionales. Ni siquiera durante la invasión de Irak, que contó con el respaldo de casi todos los países árabes, y sobre todo, de Irán.
Tampoco había renunciado jamás a revestir sus acciones con una legalidad, aunque fuera hipócrita. Ni siquiera cuando, tras la caída de la URSS, se convirtió en la única superpotencia global. Sabía que prescindir de las formas no era inteligente.
Hacerlo hoy, en un escenario de bipolarismo asimétrico, en un mundo interconectado, fragmentado y multi-alineado, es una apuesta extremadamente arriesgada.
Trump confía en construir una red de relaciones bilaterales, todas bajo la subordinación a Estados Unidos. Pero el riesgo de que esta estrategia termine debilitando su posición en lugar de consolidarla es más que evidente.
Sabemos que, en la práctica, prevalecen las relaciones de poder por encima de las formas. Pero despreciar esas formas dificulta aún más que los subordinados acepten su condición sin un mínimo de apariencia.
La sofisticada y eficaz maquinaria hipócrita de la democracia corre el riesgo de ser desmantelada por quienes habitan el mismo templo desde el cual se ha expandido—insidiosa e inquebrantable—durante más de ocho décadas.
La apuesta de Trump, como la de tantos otros toscos de nuestro tiempo, es por la porra, no por el arco ni el florete.
En un mundo cada vez más primitivo y brutal, creen poder dominar como gorilas.
Pero no es en absoluto seguro que lo logren.
Lo más inquietante es que—sin quererlo y sin darse cuenta—están negando precisamente la psique sutil que sostiene su propia potencia.
Podríamos estar ante un espectáculo revelador. Al menos, eso podemos esperar.