La reacción emocional no es la única explicación de nuestras plazas repentinamente llenas en diversas naciones europeas. En Grecia, la prohibición de conmemorar a los caídos, asesinados en 2013. En Polonia, la amenaza de represión “antifascista” cuando se forme el gobierno de coalición progresista. En España, la profanación del cuerpo y la memoria de José Antonio, la “ley de memoria” que prohíbe recordar cualquier obra española entre 1936 y 1978, y finalmente el acuerdo para formar un gobierno tambaleante entre Sánchez y los separatistas vascos y catalanes, con las consiguientes hipótesis secesionistas.
En Alemania, la prohibición de colocar flores o velas para los caídos durante el Putsch de Múnich. El hecho es que hacía muchos años que las plazas nacional-revolucionarias no estaban tan llenas; y si retrocedemos en la memoria a cuando se llenaban, antes de que las diversas formaciones se reflejaran como Narciso en las redes sociales y se ahogaran en ellas, no encontramos tanta participación emocional y no autorreferencial. Desfilaban principalmente para destacarse, compitiendo con los grupos rivales que querían aplastar con cantidad e imagen, todos atrapados en un torneo cerrado de un gueto; ahora se observa unidad de intenciones, una participación impersonal y sin barreras de siglas. En España, para encontrar un espíritu así, debo retroceder al menos cuarenta años.
¿Y qué decir de Múnich? Donde grupos de dos, tres, cuatro personas fueron al mismo lugar, a la misma hora, por un llamado que podríamos definir como religioso, sin saber, ni tal vez imaginar, que habría tantos otros, de diferentes naciones, reunidos en el mismo instante por un imperativo interno y sin haber recibido convocatorias de movimientos o partidos.
Gracias a la inteligencia animal
Hay otra razón que se suma a la respuesta emocional sagrada de la lealtad. Reside en la inteligencia animal que siempre precede a la racional y se desarrolla en todo tipo de colectivo en respuesta aún no consciente a los estímulos del entorno.
Esta inteligencia animal, en reacción a los fracasos de la “política” de las derechas terminales, ha comenzado a producir un resultado que comencé a notar hace cuatro o cinco años en el cambio generacional. Aquellos nacidos a partir de mediados de la década de 1990 se vieron obligados a formarse por sí mismos, teniendo a su disposición la red y, por lo tanto, teniendo que seleccionar las referencias para alcanzar un objetivo, sin tener la alternativa perezosa y tranquilizadora del formateo en el lugar, que desde hace décadas se ha convertido en un lugar principalmente de fasciconsumo, donde el adoctrinamiento había asumido un esquematismo estéril y superficial, a menudo distorsionado, en la mentalidad “revolucionaria” del semiestatal, donde los “maestros” casi nunca habían sido discípulos de alguien, y mucho menos de las necesarias experiencias de vida y militia.
Desde que la “política” movimentista y partidaria ya no pudo disimular su crisis, las mascarillas reemplazando a las máscaras, aquellos que se formaron en una dirección específica lo hicieron paso a paso, sin poder fingir, de lo contrario no habrían llegado a ninguna meta, por lo que cuando llegaron, saben por qué, y no es poco. Además, sin distorsiones en su carácter por la arrogancia típica de los grupos y las manadas, lo hicieron con modestia.
Da aquí surge la concreción y la conciencia
El fracaso de los guetos reaccionarios que exhibían pechos hinchados de viento fue evidente; si no se es capaz de hacer más que protestar y adoptar la pose de guardianes de la verdad (sobre la cual ni siquiera se investiga, si acaso para verificar si se ha comprendido); si no se puede relacionar cultural y políticamente con la gente desde posiciones de fuerza moral y espiritual y formar pueblo con ella, se cae en las demencias apocalípticas de los irredentos de la arteriosclerosis.
En cambio, si no se teme el enfrentamiento, siempre y cuando sea desde puntos sólidos y con principios que no se pongan en entredicho, se generan realidades y hechos. Y ahora, en muchas naciones europeas, florece de manera discreta una proliferación de asociaciones locales, de ciudades o barrios, que forman una masa crítica y que operan exitosamente tanto desde el punto de vista cultural como de la intervención social, que no debe malinterpretarse como una imitación de Cruz Roja, sino que se concreta en la organización en apoyo de sectores, como por ejemplo, los comerciantes durante la pandemia en Santander, e implica arraigos locales en la indiferencia hacia las disputas electorales en las cuales, si acaso, se razona dialécticamente y en el contorno.
Conciencia y acción
En otras palabras, la inteligencia animal ha impuesto en todas partes un cambio de tono que luego se ha traducido en la adquisición, aún en curso, de una conciencia política.
La forma de posicionarse, de actuar y de interactuar se ha vuelto adecuada a la era de la “sociedad líquida” y del post-parlamentarismo. Esto es algo que unos pocos estábamos anticipando desde hace más de veinte años y que se refleja en documentos políticos, algunos de los cuales, como “Le api e i fiori” o “Aquarius”, han sido estudiados por algunos de los artífices del nuevo curso, ciertamente en Italia, Francia, España y Polonia, y quizás en otros lugares.
Pero no se debe malinterpretar: no fueron esos documentos los que determinaron su acción, sino que fue su acción la que los hizo interesarse en esos documentos, que tienen valor precisamente por eso: porque son herramientas adecuadas para los tiempos y la acción, ya que siempre están orientados hacia la práctica.
Así que se está expandiendo una galaxia articulada, dotada del realismo de la transversalidad, pero centrada humanamente, emocional e idealmente, producto de un pragmatismo no oportunista y permeada por una jerarquía tanto ontológica como funcional y, por lo tanto, no fósil. Lo cual no es poco.
El rescate
Además de la eficacia en la verticalidad, hay una conciencia extendida, al menos a tres niveles.
El primero es el abandono del prejuicio democrático, con la convicción de que frente al deep state y al lobbismo, que conforman la estructura principal de un sistema del cual los políticos son un revestimiento exterior y condicionado, lo que cuenta, mucho antes y más que las elecciones, es la creación de poderes autónomos, tanto locales como en la comunicación.
En el segundo nivel está la constatación de la necesidad de ser siempre y en todo momento una tercera posición.
Es evidente la distancia que existe entre los programas de las derechas y las soluciones políticas, económicas y culturales que puedan tener una función estratégica. Asimismo, se observa que, en lo que respecta a la política internacional, con la única sorprendente excepción italiana donde la “línea Mattei” está sellada con la llama, son las izquierdas las que se sitúan en la posición más aceptable, pero al mismo tiempo, como si estuviéramos ante la burla de un ilusionista, en todo lo relacionado con los asuntos internos y la “ingeniería social”, las izquierdas son deterioradas, indecentes y dignas de derrotar.
Finalmente, está la conciencia de la Idea de Europa, de ser literalmente Europa, un ideal, más bien una fe, que ha recuperado fuerza, dejando atrás los lastres del soberanismo que ya no pueden contrarrestar la línea nacional-revolucionaria.
Hasta hace un par de años parecía un sueño.
En otras palabras, estamos siendo testigos del rescate de las categorías políticas, generalmente abandonadas durante al menos cuarenta años, pero a diferencia de lo que ocurrió en la resaca del aperturismo después de la Caída del Muro, esto no cuestiona las bases ideales y de la tradición nacional-revolucionaria, lo cual es muy, muy importante.
La derecha terminal quita el estorbo
“Hasta nunca, derecha terminal”, escribía hace un año. Ahora podemos reafirmarlo porque realmente está desapareciendo, ante la constitución ya natural de una visión nacional-revolucionaria nueva y antigua que está haciendo justicia a todos los ultrajes.
Ahora esperamos las anunciadas aceleraciones de Sunset Boulevard, tan populares en estos días, en los que los boomers desilusionados, tanto como revolucionarios como fuerzas de gobierno, intentan aferrarse a los infantilismos que ahora se han vuelto seniles, en la vana ilusión de flotar en olas que no son capaces de cabalgar.
(se refiere al intento comun entre el antiguo alcalde de Roma, Gianni Alemanno, que fué neofascista y el comunista grupuscular Marco Rizzo, y, a todas las ilusiones “rojobrunas”)
Dejémoslos levantar la voz y proponer compromisos extravagantes para el “Sur global” o para la “Unidad post-ideológica” en la que querrían abrazarse con otros boomers enrojecidos en lo que es, de hecho, la parada donde, como señalaba el intelectual y cantautor Giorgio Gaber, “se encuentran todos aquellos que han perdido el autobús” y que, al igual que ellos, buscan nuevos amos que, sin embargo, se desentienden de su existencia.
No es casual que el fracaso de la derecha terminal haya producido simultáneamente dos tendencias tan opuestas, una que combina la radicalización histórica, mitológica y doctrinaria con un renovado vitalismo práctico e inovador, y la otra que delira con huidas “hacia adelante”, lo que en realidad significa hacia los lados, hacia atrás y hacia la nada. Es funcionalmente necesario que sea así, porque frente a la primera se abre una autopista que ya comenzamos a vislumbrar y que recorreremos con alegría.