El año que se va, no exento de algunos giros inesperados, en el fondo no ha hecho más que confirmar ciertas tendencias.
Comencemos con la “geografía de superficie”, es decir, el juego entre potencias.
¿Quién dominó el 2024?
Tres actores sacudieron la mesa: Estados Unidos, Israel y Turquía.
Estados Unidos aceleró su producción cualitativa en tecnologías avanzadas, superando a China y dejando a Europa—retrasada una década por otras razones—muy atrás.
Reafirmaron su supremacía económica e incluso su reciente dominio energético, maximizando la fracturación hidráulica (fracking) y asegurándose el 20% de la producción mundial de petróleo y el 25% del gas.
EE. UU. logró mantener su papel como jugador clave en las zonas estratégicas mundiales, muchas veces desde la distancia, aprovechando el regalo ruso del resurgimiento de la OTAN y convirtiendo efectivamente el Báltico en un mar atlántico.
Mientras tanto, Starlink, con sus 6,400 satélites, venció a las redes geoestacionarias y domina las comunicaciones estratégicas mundiales.
Por último, con políticas innovadoras para las startups y una nueva visión de la relación entre el Estado y el capital, EE. UU. tomó una ventaja decisiva sobre los demás.
Tel Aviv aseguró el apoyo de los estados árabes interesados en su papel como centro energético de Oriente Medio y sigue trabajando sin descanso para la realización del Gran Israel, cuyo mapa ostenta en las pulseras de su ejército (un territorio mucho más amplio que el actual). En más de un año de enfrentamientos sangrientos, marcados por golpes maestros como la explosión de localizadores en Líbano, Israel ha incrementado abiertamente su poder, su territorio y sus ambiciones explícitas.
Turquía, gracias a una admirable gestión política—que merece un estudio serio—ha logrado una centralidad político-diplomática que supera el nivel regional y ha avanzado significativamente en su proyecto neo-otomano, con éxitos en Siria y Azerbaiyán.
Los derrotados de este año también fueron tres
Rusia se ha dedicado a recoger los pedazos. No solo no ha logrado avances significativos en el Donbás, sino que desde este verano enfrenta una espina ucraniana en su propio territorio. A pesar de que el Kremlin declaró que resolvería el problema en un mes, la situación persiste.
En el Sahel, donde sustituyó a Francia, Rusia ha perdido varias batallas contra los islamistas, quienes han duplicado el territorio que controlan.
Moscú incluso ha sido expulsada de Siria.
Las condiciones económicas, e incluso las de su industria armamentística (según el propio viceprimer ministro ruso), son preocupantes. En la cumbre de los BRICS, ninguna de las posiciones del Kremlin fue respaldada, mientras que las mediaciones chino-indias se perfilan en el horizonte de un fascinante juego en el Indo-Pacífico, marcado por el resurgimiento militar de
.Más allá de sus cada vez más aburridas amenazas nucleares, Moscú se aferra a la esperanza de que Trump pueda salvarle la cara y la cohesión.
Irán ha sufrido reveses internos y externos que le han costado Siria y posiblemente Líbano, y parece estar al borde de un cambio de régimen interno.
Alemania, el principal objetivo estratégico y económico de la guerra ruso-estadounidense en Ucrania, está literalmente destrozada, arrastrando consigo el agotamiento del impulso europeo.
A contracorriente
Crece la convicción de que Europa debe cambiar de dirección, funcionamiento y velocidad. No está claro cuánto apoyo tendrá esta idea o quién podría liderarla, pero ya es algo.
Mientras tanto, Italia ha recuperado un papel político importante, tanto en clave europea como en sus vectores mediterráneos, africanos e incluso en el Indo-Pacífico.
Luego
Económicamente, continúa la tendencia a la concentración de la riqueza y al descenso social de las clases medias, lo que pone cada vez más en riesgo la continuidad del estado de bienestar en Europa, condenado además por las tendencias demográficas.
En el plano político/social
Dos datos relevantes y positivos han sido confirmados.
La derrota psicológica y la incapacidad de la izquierda para trazarse un rumbo claro, refugiada en fetiches histéricos (antifascismo, antipatriarcado, antitodo), que ha sido derrotada en todas partes, tanto en Europa como en Estados Unidos.
Las derechas populistas y demagógicas, cuando fueron puestas a prueba, se vieron obligadas a abandonar sus discursos absurdos y adaptarse. Esto no significa necesariamente sumisión, sino que sugiere que podría surgir una capacidad pragmática que aporte al menos sentido común y principios naturales a nuevos enfoques políticos.
Lamentablemente, también aquí estamos rezagados. Una síntesis preliminar entre capital y Estado, modernización y continuidad, pasado y futuro, normas y libertades ha sido ofrecida en EE. UU. por Elon Musk, el hombre detrás de los 6,400 satélites.
Por supuesto, es una síntesis americana, basada en la mentalidad titánica y pistolera de la nación del oeste. La nuestra debe ser diferente, pero, sobre todo, debe llegar.
De todo esto podemos concluir que este año ha sacado a la luz muchos problemas.
Ahora, sin embargo, se trata de soluccionarles.