venerdì 24 Gennaio 2025

Fragmentos de Jean-Marie

Unos momentos juntos

Più letti

Global clowns

Note dalla Provenza

Colored

“He vivido el diez por ciento de mi vida en el mar”.


Así hablaba el bretón amante de la libertad, de los desafíos solitarios frente a los elementos de la naturaleza y de los inmensos espacios abiertos. El resto de su vida lo dedicó a la lectura, a los amigos, a las mujeres, a la lucha y a la política entendida como la suma de todo esto, unida a la tenacidad de quien nunca se rinde.

Y que sorprende. ¡Cuántas veces le dijeron “es imposible”, para luego descubrir por él que el milagro era factible! Pero para eso se necesitan carácter y fe.


“Como los rugbistas ingleses – decía – no me doy por vencido hasta el último minuto del partido”.

Al principio lo desairé

porque, cuando llegué a París, me dijeron que era “reaccionario”.
Sin duda tenía una visión para mí demasiado institucional de la contienda. Yo estaba mucho más cerca del MNR (futura Troisième Voie) y de los programas del Parti de Forces Nouvelles. Más afín a los solidaristes que a los nationalistes, aunque, más allá de eso, apreciaba ambas escuelas políticas existentes y rivales: la del Grèce y la de Action Française.


Después, gracias a su acción, también cambié en parte mi mirada hacia la contienda institucional que, sin embargo, sigo considerando insuficiente. Pero eso es cosa mía.

Le debo mucho

¡Intenten vivir los primeros años de clandestinidad teniendo solo un contacto indirecto con sus pasiones! Mis primeros siete años después de 1980 fueron especialmente prudentes porque, hasta que concluyeron los juicios de los TP y NAR, me enfrentaba a una posible condena de veinte años de prisión. Solo cuando me di cuenta de que eran menos de la mitad me atreví a dar algunos pasos hacia la visibilidad.


Así que vivía mis pasiones a distancia, y siempre he dicho que debo a Liedholm, el entrenador de la Roma fantástica de aquellos años, y a Le Pen, con los éxitos políticos de mi mundo, las grandes alegrías cotidianas de un exiliado.

“Gracias, Presidente, por el sueño que nos regaló”

Así lo saludé en su residencia de Montretout en 2002, la noche del resultado de la segunda vuelta de las elecciones presidenciales que lo habían puesto frente a Chirac.


“Gracias, es usted muy amable”, me respondió. Fue desde entonces que comenzamos a vernos de vez en cuando. Me había visto en varias ocasiones, yo pero nunca me había manifestado. Siendo buscado hasta el año 2000, no quería arriesgarme a causarle un problema.

Probablemente también me había visto unos años antes, cuando tres cuartas partes del aparato se fueron en la escisión con Mégret, y quise ofrecer mi ayuda para que el partido sobreviviera a esa puñalada por la espalda. Muchos de los nuestros, con su proverbial e incurable ingenuidad, cayeron de lleno en la trampa. Pero no fue la primera ni sería la última vez que no tuve miedo de estar casi solo con tal de estar en lo correcto. Luego, con el tiempo, los demás también regresaron.

En dos ocasiones Le Pen partió como voluntario

por su Francia; la segunda, de oficial paracaidista de combate a Egipto, tras haber renunciado al mandato –y al salario– de diputado (¡aprended, gente, aprended!). Fue un combatiente incansable, tanto en las trincheras como en la calle, donde perdió un ojo en una de tantas peleas.


Podemos decir, sin duda, “¡Bienaventurados los tuertos en la tierra de los ciegos!”


Indomable y siempre dispuesto a luchar sin ceder jamás, perdonó constantemente las muchas traiciones sufridas por seguidores, amigos y familiares. Los mezquinos pueden confundir con debilidad esa grandeza de espíritu, esa magnanimidad que demostraba una cierta superioridad moral.

“Nuestro padre se equivoca al apoyar a Saddam Hussein; nuestros electores no lo entenderán”.

Así decían su hija Marine, entonces de veintidós años, y su hermana Yann, futura madre de Marion, en casa de “Lutin”, durante una cena para cinco en 1990. Nunca las había visto antes.
“Escuchen – les dije – el electorado es femenino y ama a los hombres con cojones. Nadie tiene más cojones que su padre, ¡así que cállense!” Lo apreciaron, especialmente Marine. Ahora no sé si lo apreciaría igual.


Por cierto, Jean-Marie unos días después regresó a Francia llevando consigo a todos los europeos que habían quedado en Bagdad y que se temía fueran retenidos como rehenes.


¡Cuántas veces le dijeron “es imposible”, para luego descubrir gracias a él que el milagro era factible!

“Monsieur Le Pen, ¿de qué lado está usted?”

Así, en directo, el presentador de televisión le mostró imágenes de la primera intifada palestina, dando por sentado que cualquier respuesta molestaría a la mitad de su electorado.
“¿Sabe usted qué me está mostrando? Las imágenes de una sociedad multirracial. Yo quiero que Francia no se convierta en eso”.

“Monsieur Le Pen, ¿qué se siente al poner pie en una nación hecha por inmigrantes?”, preguntó una periodista estadounidense a su llegada a los Estados Unidos.
“¿Sabe usted con quién está hablando? Soy Sitting Bull, el último de los Sioux”.

Y podría citar muchas más. ¡Cuánto he deseado, predicado e incluso enseñado a tomar como ejemplo su manera viril y contundente de responder!

Antes de enviar a la imprenta

Orchestre Rouge, en 2013 le propuse el manuscrito intentando el golpe maestro de obtener un prólogo suyo. Como suponía, me dijo que hacerlo pondría en aprietos a su hija.

Hablamos de un libro que trata sobre los vínculos entre agencias de inteligencia y terrorismo, un tema difícil de seguir dado que se centra en un país extranjero para ellos y en hechos casi desconocidos para el lector medio, agravado además por el racionalismo francés. Sin embargo, él lo entendió todo perfectamente y me aportó detalles y nuevos análisis, como el cambio en los mandos de los servicios israelíes a principios de los años sesenta.

Durante siete años

hasta los bloqueos por el COVID, lo visité siempre que fue posible, registrando varios de sus recuerdos, de los cuales quizás algún día extraiga un libro.


Siempre era sorprendente por su lucidez mental y su capacidad para anticipar escenarios.


Ya anciano y deteriorado, al inicio de cada encuentro solía estar algo apagado, pero en un par de minutos la sangre afluía al cerebro y el más despierto de los presentes seguía siendo él.

Nunca perdió los reflejos del seductor

Cuando llevé a una periodista griega de Amanecer Dorado para entrevistarlo, fue tan galante y macho que parecía un jovencito.


Una vez, en Rungis, cerca de Orly, cuando habló en la tribuna de Synthèse Nationale, una italiana que había venido con Roberto Salvarani tuvo el valor para lanzarse hacia él y estrecharle la mano a pesar del servicio de seguridad que lo rodeaba. Él la recibió sonriente. Ella me contó que le dijo: “Soy amiga de Gabriele Adinolfi”, como si fuera una palabra mágica. ¡Qué va! Además, él estaba sordo… Le expliqué que había recibido a la mujer con alegría, y no porque fuera “amiga de Adinolfi”.

También era un gran conversador, nunca banal ni monótono


Comí con él en dos ocasiones. La primera, en un restaurante corso junto a otros camaradas franceses muy queridos para mí (Axel, Antoine, Fred); la segunda, en su casa, junto a otros invitados en un ambiente digno de una obra de teatro de boulevard, cerca de los galgos de su esposa Jeanine, quien me repetía: “¡Tiene que conocer a Alain Delon, que viene a menudo aquí! ¡Si supiera lo guapo que sigue siendo!”

Y él, mientras tanto, contaba historias de aventuras marinas en Grecia y explicaba a los invitados que en Francia se piensa que los italianos tocan el mandolín, pero que no hay que hacerlos enfadar porque disparan.

La última vez que lo vi fue en su casa

Habíamos acordado una entrevista en video para un canal de YouTube español, pero lo ingresaron de urgencia en el hospital y todo se canceló.


La noche que le dieron el alta, su secretario me llamó para decirme que no podía recibir a nadie, pero que haría una excepción conmigo al día siguiente.

Fui a su casa, donde me recibió sentado en su escritorio, con una camiseta interior y un gotero en el brazo. Le llevé un regalo de parte de los españoles.
“¿Dónde están?”, me preguntó. “¡Hágales entrar!”

Juan López Larrea, que lideraba la delegación española, se había quedado en el coche, así que lo llamé. Mientras tanto, los empleados de la casa ya se habían marchado, y terminé siendo yo quien servía las bebidas y el café en la cocina. Mientras tanto, Jean-Marie, con el gotero en el brazo, se agitaba, bromeando y riendo en una atmósfera de camaradería casi de cuartel, hecha de recuerdos y bromas.


Un francés, un italiano y un español: ¡nuestra Europa!

Siempre recordé su cumpleaños

y lo llamaba por teléfono, algo que apreciaba mucho. Nunca le confesé que me resultaba fácil recordarlo, ya que había nacido el 20 de junio, como mi madre, aunque cinco años más tarde.
Y lo extraordinario es que también logró morir el mismo día que mi madre: ¡el 7 de enero!

Tuve el extraordinario placer de convertirme en un poco su amigo cuando ya había sido puesto sur la touche, como dicen en Francia, aunque todavía tenía mucho que decir y proponer. Una vez más, era aquel que, con su único ojo, seguía viendo más lejos que todos.

Blanco del odio de la escoria, esa misma que fue a aullar y gemir su propia inferioridad ante la noticia de su muerte, no tenía ningún tipo de protección y cualquiera podría haberle hecho daño. Pero no le importaba.

En su refugio

pude conocer y admirar la majestuosidad del león en invierno. Un destello de intimidad compartida.

De todo lo que hizo y representó, se ha hablado y se seguirá hablando, pero nunca será suficiente. Me propongo contribuir también, a mi manera, con el tiempo.
Pero aquí he querido recordar al Le Pen que conocí y al que quise.

Mientras tanto, puedo decir con inmensa satisfacción que en mi vida he tenido la oportunidad de encontrarme y frecuentar a algunos gigantes.
¿Los últimos? ¡Quién sabe! Pero me han dado ganas de cantar una vieja canción sudamericana:
“¡Gracias a la vida, que me ha dado tanto!”

Merci, Monsieur le Prés-id-ent!
¡Que el cielo sea leve para usted, sobre el mar!

Ultime

La lezione trumpiana

Facciamo un ragionamento avulso da qualsiasi valutazione di merito

Potrebbe interessarti anche