Desde el movimiento de los chalecos amarillos hasta los agricultores; desde los jubilados hasta las mujeres violentadas; desde el dominio de las bandas hasta el terror cotidiano; desde el colapso moral hasta el cinismo existencial; desde la muerte demográfica hasta el desastre cultural. Todo parece al borde del colapso, pero es una ilusión. No es el sistema lo que colapsa, es la sociedad. Y no es cierto que el sistema necesite una sociedad sana, ya que los imperialismos y capitalismos más primitivos, desde el original inglés hasta los estadounidenses, chinos y rusos, siempre se han basado en sociedades brutales, con masas de esclavos empobrecidos.
Hoy en día, por ejemplo, la potencia estadounidense ha vuelto a niveles máximos con una contraofensiva que en dos años la ha llevado a dominar en la política y las finanzas. Estados Unidos, en poco más de veinte años, ha aumentado su población en sesenta millones de personas y ha rediseñado en gran parte su política económica. Sin embargo, los costos sociales son altos y hay sectores enteros de la población sujetos a la droga de los zombis o al alcoholismo, similar a la situación en Rusia, que no ha tenido éxito en su contraofensiva, costándole credibilidad y peso internacional. En China, el estado de esclavitud masiva es bien conocido.
En comparación con sociedades que nunca han alcanzado nuestro nivel de civilización, los europeos, en sus naciones individuales y en la Unión, también están retrocediendo hacia la brutalidad de sus competidores, aunque de manera mucho más lenta. Las razones de esta decadencia son diversas, desde la baja natalidad hasta la transformación del estado social en asistencialismo parasitario. Además, está el Sida cultural y espiritual que ha infectado la formación de las élites en los últimos cincuenta años, junto con la incapacidad de gestión debido a la disminución de la inteligencia determinada por la filosofía gerencial que pretende resolver los problemas con la lógica de Excel.
Y eso no es todo. Nosotros, que permanecemos en la cumbre como excelencia y potencialidad, nos encontramos prisioneros del libre mercado. Nadie como los europeos, antiguamente la locomotora absoluta y aún así una locomotora, ha fundamentado su riqueza, su diplomacia y su política en el libre mercado. El efecto ha sido, evidentemente, la entrada de productos del tercer y cuarto mundo que ganan en competencia por los precios, pero también, por la misma razón, la atracción de las empresas por la deslocalización.
Para mantener la producción local, aún no se ha encontrado la fórmula porque el costo laboral aquí es inmensamente más alto que en otros lugares y porque no se puede competir sin eliminar el estado social, es decir, nuestras propias condiciones de privilegio y justicia.
Se flota a la vista. Las clases dirigentes se debaten para postergar los problemas; las oligarquías diseñan estrategias con lógica gerencial, sin dar importancia a los efectos secundarios y al cronograma. De ahí las lógicas de la economía verde, que en sí misma no es la locura que parece, pero que se vuelve inmediatamente loca por su enfoque especulativo pero abstracto.
Luego están las soluciones milagrosas de “Ayer es otro día”, en las que se basan los populismos que persiguen fórmulas confusas, como el proteccionismo, que funciona bien en una fase de expansión, pero no en la actual, tanto porque, como descubrió Trump a su costa, los costos recaen más en las empresas locales que dependen del material gravado en exceso, como porque si gravas las camisetas que vienen de China, estas pueden comenzar a costar tal vez 30 euros cada una, pero las españolas costarán de todos modos más, y quienes tienen dinero contado, y son muchos, ya no podrán encontrarlas a 5 euros.
Por supuesto, todavía permanecen la fuerza de las circunstancias y un mínimo de sentido común. Razón por la cual observamos una tendencia al “decoupling” y a la formación de redes internacionales alternativas que, además, se conectan entre sí y se enfrentan en la nueva lógica de “interdependencia” + “multialineamiento”.
Esto conlleva las necesidades que debemos capitalizar. La afirmación de una realidad europea integrada, con toda su geopolítica euroafricana y conexiones con Asia y América Latina en competencia con China y Rusia, además, por supuesto, de los Estados Unidos. Sobre todo, sin embargo, la búsqueda ya presente de una nueva lógica adecuada a los tiempos para lo que las actuales e inadecuadas oligarquías entienden como “fortaleza Europa”, y que no solo puede sino que debe ir en la dirección correcta.
Para avanzar en esa dirección, que probablemente encontrará excelentes aliados en la Inteligencia Artificial y la Robótica, no solo debemos dar prioridad, de manera indiscutible, mítica e incluso sagrada, a nuestra posición EUROPEA (sin bromas sobre desmantelamiento hoy y rehago mañana), sino que también debemos ser capaces de llevar a cabo tres pasos indispensables:
1) Desarrollar un programa político orgánico, realista, concreto, no masturbatorio, que sea alternativo cualitativa y espiritualmente al capitalismo desenfrenado y sus premisas ideológicas.
2)Estar en condiciones de dar sentido y un proyecto común a las protestas de diversos sectores que, dejadas a su suerte, van en la dirección de la nada y la desorientación.
3)Reconstruir los cuerpos sociales, formando comunidades y autonomías, organizándolas también financieramente, económicamente, incluso en el campo de la asistencia autoproducida, no limitándonos a animar grupos separados que miran cómo se hunde el barco desde dentro de la bodega.
Y ahora, en lugar de preguntarme cómo, pregúntenselo ustedes mismos y comiencen a darse una respuesta. Muchas de las respuestas que intentemos dar estarán equivocadas, pero, a fuerza de buscar, encontraremos y, sobre todo, encarnaremos la correcta.
Si no logramos hacerlo nosotros, habremos fallado, pero alguien más se encargará porque así debe ser. Y de todos modos, está bien.
¡En este ocaso vemos el amanecer!