Tenemos todos ante nuestros ojos la propaganda israelí que acompaña la carnicería de Gaza.
En esencia, se basa en estos puntos:
- Las matanzas y la barbarie del 7 de octubre por parte de Hamas no tienen justificación y no se puede cuestionar ningún exceso cometido en reacción, salvo como una leve irregularidad. No importa que se trate de civiles, mujeres, ancianos, niños, asesinados, hambrientos, sedientos, perseguidos y dejados sin atención médica de manera sistemática e inhumana.
Nada tiene que ver con lo ocurrido el 7 de octubre. Y quien intenta explicar el 7 de octubre también con 76 años de vejaciones no tiene derecho porque nada es comparable con el 7 de octubre. - Israel defiende a los judíos víctimas de discriminaciones y antisemitismo. Quien critica el comportamiento israelí es antisemita. Que luego los semitas sean más los árabes que los judíos es un detalle. Para justificarse de cualquier cosa, si va realmente mal, siempre hay un bono de juego que los demás no tienen, y se llama Holocausto.
- Israel es virtuosa pero sufre el odio de los malos, desde la ONU hasta la UE, de los países árabes incluso hasta los EE. UU. y debe apoyarse en sí misma y vencer de todas formas aunque esté “rodeada”. Y por esto “se indigna” si es condenada por la opinión pública y las instituciones de casi todo el mundo.
No es mi intención abordar aquí lo que sucede en Gaza, ni perderme en el bipolarismo idiota que impulsa a apoyar ya sea a Hamas o a Tsahal. Ninguna circunstancia atenuante para los fundamentalistas religiosos, de hecho puestos en su momento por la misma Tel Aviv. Gente que no solo ha instrumentalizado con un fanatismo abstracto e internacionalista la causa palestina, sino que no ha dudado en mandar a su población al matadero, escondiéndose detrás de las líneas, igual que los partisanos de la vía Rasella. *
Juntos, Hamas y Tel Aviv, con la complicidad de casi todos los gobiernos árabes y de Oriente Medio, han aplastado y están aniquilando a Palestina.
Lo que me interesa señalar es que todo lo que dicen los israelíes para encubrir su masacre imperialista es idéntico y superponible a los esquemas de algunos otros: rusos y estadounidenses.
Los estadounidenses actúan siempre por algo que deben vengar frente a un “Estado canalla” o un “Enemigo en la sombra”. Desde los hundimientos del Maine y del Lusitania, pasando por Pearl Harbour y las Torres Gemelas, siempre ha habido un 7 de octubre por el cual “nada volverá a ser como antes” y todo de ahora en adelante será justificado.
El napalm, las bombas atómicas, Dresde, Hamburgo, Hiroshima, Nagasaki, alrededor de un millón de soldados prisioneros muertos en los campos de prisioneros y así hasta Guantánamo, todos “excesos” comprensibles y aceptables debido al “7 de octubre” de turno.
Lo mismo ocurre con los rusos. Las decenas de millones de personas que eliminaron sistemáticamente desde 1917 en adelante no son nada porque todo comienza en 1941 con la “agresión” del Eje que amenazaba a un pueblo tan “pacífico” que acababa de invadir la mitad de Polonia y fue detenido heroicamente en su propia tierra por los finlandeses.
No nos extenderemos aquí sobre los antecedentes de la Operación Barbarroja, que muestran cómo los alemanes reaccionaron a una traición de acuerdos ya consumada y destinada a paralizar su máquina de guerra. La tercera traición rusa hacia los europeos en un siglo y medio, seguida por la más reciente en 2022.
Como entonces, hoy con la cuestión ucraniana. Borrados años y años de vejaciones; el genocidio del Holodomor (¡siete millones y medio de ucranianos!); las incursiones de soldados rusos sin insignias para crear las “insurgencias”; apropiada la cifra total de víctimas de la guerra en Donbás, incluidas las casi seis mil leales entre las trece mil totales. Se proclamó un “7 de octubre” local, con la “masacre de Odessa”, negando las conclusiones de dos comisiones internacionales y las pruebas de quién había atacado realmente, olvidando cómo se produjo el incendio, y omitiendo el hecho de que el responsable de la no intervención de las fuerzas de seguridad se refugió precisamente con los rusos. Utilizando incluso falsos testigos sobrevivientes (un clásico de la Lubyanka), han hecho del imperialismo en Ucrania una causa santa. Y ese 2 de mayo de 2014, desnaturalizado, alterado, tergiversado y narrado con lengua bifurcada, se convirtió en la fecha de origen de todo. Todo lo que lo precedió no existe: como el 7 de octubre, de hecho. ¿Qué importan decenas de millones de muertos en comparación con la narrativa de Odessa?
Cada reacción a la voracidad rusa es constantemente marcada por Moscú como una infamia, como un complot de malvados que quieren destruir a la pobre Rusia, que se presenta continuamente como amenazada en su integridad territorial. ¿Dónde? ¡En los territorios ajenos ocupados por la fuerza!
¿Qué diferencia hay con Tel Aviv? ¿Y tanta con Washington?
Podría occurrir la tentación de decir que esto es así para todos, que está en la lógica de todo imperialismo y que, por lo tanto, no hay por qué sorprenderse. Pero no es cierto.
Si pensamos en la Segunda Guerra Mundial, este estilo de comportamiento fue ruso y estadounidense. No fue alemán ni japonés. Seguramente no fue italiano, pero tampoco francés o inglés.
No hay rastro de esto durante el imperio español o británico, ni en los colonialismos portugués, holandés, francés, belga o italiano.
Los ingleses, que seguramente nunca fueron tiernos, jamás recurrieron a este sistema de envenenamiento de las almas y las mentes.
No se victimizaban y se abstenían esencialmente de la propaganda auto-angelical tediosa e innoble.
Nunca necesitaron un Pearl Harbor, una Odessa, un 7 de octubre.
Siempre les dio igual parecer severos pero justos, les bastaba con ser severos.
“Right or wrong is my country”. Nunca se esforzaron por ser presentables en las asambleas hipócritas y vulgares de la plebe desequilibrada.
Porque, en el fondo, mantenían una herencia guerrera y noble.
Rusos, estadounidenses e israelíes no.
“Yo sirvo, tú sirves, nosotros servimos – así va salmodiando también la hipocresía de quienes dominan – ¡y ay de aquel en que el primero de los amos no es más que el primero de los sirvientes!” (Así habló Zaratustra).
En mi Nuovo Ordine Mondiale tra imperialismo e Impero, publicado en 2002 por Barbarroja, también proponía la tesis de que la modernidad post-romana había incluido una propia regresión de las castas y que la era del Mundialismo, impuesta con Yalta, es la de los Parias.
La era del post-servilismo, más allá de la misma cita de Nietzsche.
Quizás de esto se trata y no solo de la impunidad de los poderosos, no solo de las lógicas del imperialismo, ya que nunca fueron estas en el pasado.
El poder y la prepotencia no necesitan victimismo ni tergiversación de la realidad, invocados y fabricados para no pagar públicamente. Pero estos sí lo sienten necesario, es más, no pueden prescindir de ello porque del magma caótico, de la oscuridad ctónica que los ha generado, son campeones y por lo tanto no pueden, literalmente no pueden, asumir una dignidad aristocrática.
Hay un dicho español que afirma “No hay peor verdugo que un esclavo con un látigo en la mano”.
Probablemente de esto se trata hoy. Más allá de los matices debidos a los diferentes niveles de grosería, ya sea Moscú, Washington o Tel Aviv, estamos tratando con la tiranía vergonzosa, descarada, mentirosa, hipócrita, despiadada, de esclavos que se convierten en déspotas.
¡Repugnante!
- El 23 de marzo de 1943, en Via Rasella, en Roma, una célula de partisanos comunistas masacró a soldados alemanes de subsistencia con una bomba detonada desde lejos. Esto provocó la represalia del día siguiente en la que fueron ejecutadas 335 personas. El objetivo de estos “héroes” era precisamente provocar represalias.